La niña que pintó el Arcoíris

Había una vez, en el pequeño pueblo de Tristonia, una niña llamada Valeria, que tenía una sonrisa tan brillante que hacía cosquillas hasta las nubes. Pero, ay, en Tristonia todos los días eran grises, llovía a mares casi todos los días, y la gente caminaba encorvada por la tristeza y ya nadie recordaba cómo se reía.

Valeria, sin embargo, no se daba por vencida. Tenía una caja de lápices de colores mágica que había heredado de su abuelo, quien le decía:
—Los colores, como las emociones, no viven solo en los dibujos, ni en las cosas que vemos, ni siquiera en el cielo, Valeria. También habitan en tu corazón, y puedes pintar siempre del que más te guste… mi favorito es este: el color esperanza.

Una mañana, mientras paseaba por la plaza, Valeria caminaba dando saltitos y tarareando una canción que le encantaba porque su abuelo siempre se la cantaba cuando iban a coger moras al bosque:

“Saber que se puede, querer que se pueda, quitarse los miedos, sacarlos afuera…”.

Y de repente tuvo una idea electrizante (como esas que son las mejores ideas del día, o de la semana, o del mes… pues de esas) :
—¡Voy a pintar un arcoíris tan grande, que hasta las flores, el sol y los que vivan en el fondo del mar o en el planeta Marte se rían de alegría!.

Así, se subió a la fuente, sacó sus lápices mágicos, y comenzó a dibujar en el aire. Sí, sí, ¡en el aire!. Porque esos lápices no necesitaban papel: dibujaban con esperanza.

Mientras pintaba, un grupo de gallinas curiosas se acercó a mirar lo que hacía Valeria. Una de ellas, llamada Filomena, se emocionó tanto al ver tanto color que empezó a poner huevos muy extraños: uno rojo, otro verde, uno con purpurina y uno que hacía «¡pop!» y salía confeti. El gallo Pancracio, que era muy serio, se desmayó del susto y cayó dentro del cubo del señor Roque, que justo se estaba lavando sus calcetines. ¡Fue un caos de cacareos, calcetines mojados y carcajadas imparables!. Pero, tras tanto caos, la niña siguió pintando con más ilusión todavía y decidió dibujar un gran arcoíris.

Primero pintó el rojo del valor, que espantó los miedos de todos los abuelos del pueblo.
Luego el naranja de la alegría, que hizo bailar al panadero con una barra de pan en la cabeza.
Después el amarillo de la luz, que encendió farolas invisibles en los corazones de todas las madres.
Siguió con el verde de la esperanza, que brotó en las macetas olvidadas de cada balcón.
El azul de la confianza, que ayudó a la señora Margarita a cruzar la calle, por fin, sin temor.
Y por último, el violeta de la magia, que hizo volar al gato del alcalde desde un segundo piso hasta aterrizar en la piscina de su vecina.

La gente empezó a reunirse viendo aquel brillante arcoíris pintado en medio de la plaza, nunca habían visto nada tan bonito. Primero vinieron los niños, luego los padres, luego los abuelos y hasta Don Sombrío, el hombre más serio del pueblo, bueno del pueblo, y de todo el mundo entero, andando con su bigote bien tieso.
Pero, allí, todos miraban el gran arcoíris que flotaba sobre sus cabezas, y…
—¡JAIIIII, JAAAJUUUUUH JAAAAAA JUUJUUJAAAAAIIIIIIIH!.
Una carcajada rompió el silencio. ¡Era Don Sombrío!.
—¡Eso sí que es nuevo, en 70 años nunca te había visto reír hombre! —gritó el panadero bailando con dos barras de pan ahora, y todos comenzaron a reír con la risa contagiosa de Don Sombrío.

Valeria bajó de la fuente, y mientras todos reían y aplaudían, siguió tarareando con dulzura la canción que le cantaba su abuelo:

“Pintarse la cara, color esperanza…”.

Desde aquel día, por votación popular, Tristonia cambió de nombre. Ahora se llama Coloría, y cada vez que alguien se siente triste, mira al cielo y recuerda que, como tarareaba el abuelo de Valeria:

«Aunque el camino se pinte difícil, siempre puedes cambiar el color del día, porque: Sé que las ventanas se pueden abrir, cambiar el aire depende de ti».

Y colorín colorado, a veces hay días grises, pero si tienes esperanza, valor y una pizca de alegría, puedes pintar un día nuevo, lleno de color y con aire nuevo. Como dice la canción: “Saber que se puede, querer que se pueda…” ¡Y claro que se puede!.

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