
Había una vez, en lo más profundo del bosque, donde los árboles cantaban con el viento y los pájaros contaban chistes entre las ramas, existía un lugar escondido, mágico y que rozaba el mar, aquel lugar era llamado Puntapiedra. Era un pueblo tan bonito que las mariposas hacían fila para visitarlo, y los caracoles llegaban una vez al año, como turistas de vacaciones.
En Puntapiedra vivía una niña de 6 años llamada Margarita, que tenía el cabello como una cascada de chocolate y unos ojitos que brillaban como estrellas. Margarita era simpática, divertida… ¡pero tenía un pequeño problemita!. Le encantaba contar mentiras y que hasta ella misma se las creía.
Una vez, corrió por todo el pueblo gritando:
—¡Un dragón se comió mis deberes del cole!.
Y todos los niños gritaron:
—¡¿Qué?! ¡Un dragón!.
Corrieron a verla… pero claro, no había dragón, ni deberes, ni nada.
Otro día, dijo que había encontrado una puerta secreta al fondo de una cueva, donde vivían ranas que sabían bailar rap.
—¡Tienen sombreros y bastones! —decía.
Los vecinos se asomaron a la cueva… y solo vieron agua, hojas y una rana bostezando.
Margarita se reía y decía:
—¡Era broma!.
Pero con el tiempo, la gente comenzó a no creerle nada. Cuando decía: «¡Hay un monstruo en el jardín!», y todos seguían comiendo sopa.
Cuando gritaba: «¡Mi gato aprendió a hablar!», le respondían:
—Claro, claro… ¿y qué dice? ¿Qué quiere pizza?.
Un día, mientras paseaba por la playa, Margarita escuchó un ruido extraño: “¡CHUFLAAAAP!”.
Detrás de un arbusto gigante, encontró un animalito azul, peludo y rechonchito, con ojos como pelotas de ping-pong.
—¡Hola! —dijo el animalito sacando una lengua tan larga que podría enrollarse como un churro de chicle.
—¡Guau! —dijo Margarita—. ¿Eres de verdad?.
—Claro que sí. Me llamo Zonko y me perdí de mi planeta. ¿Puedes ayudarme?.
Margarita salió corriendo hacia el pueblo.
—¡Todos, venir rápido! ¡Hay un animal azul, se llama Zonko y viene de otro planeta!.
Pero nadie la escuchó.
—Margarita, ya no más cuentos, por favor —dijeron los adultos.
—Sí, claro… ¿y también tienes un dragón en tu mochila? —se burlaron los niños.
Margarita volvió al bosque llorando. Zonko la abrazó con sus patitas peludas.
—No te preocupes —dijo—. A veces, para que crean en ti, hay que decir la verdad, aunque sea menos divertida.
Esa tarde, Margarita ayudó a Zonko a construir una nave con ramas, barro y partes de su bicicleta vieja. Cuando el sol se puso, Zonko la abrazó una última vez y despegó con un fuerte “ZUUUUPPPFFFF”, dejando un rastro de estrellitas de caramelo en el aire.
Al día siguiente, Margarita fue al centro del pueblo y dijo:
—Ayer ayudé a un amigo del espacio. Y esta vez… no es mentira.
Nadie le creyó. Pero Margarita no se enfadó ni lloró. Desde ese día, empezó a decir solo la verdad, aunque fuera aburrida, aunque no la hiciera reír. Y con el tiempo, los demás empezaron a creerla de verdad. Y, quién sabe… tal vez, un día, alguien más conozca a Zonko también.
Y colorín colorado, así Margarita aprendió a que decir la verdad puede parecer menos divertido, pero es lo que hace que no te alejes de los demás, y que no dejen de confiar en ti. Y cuando llegue algo increíble de verdad… seguro que te creerán.
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