Había una vez, un mundo muy, pero que muuuuuuy dulce, en el que existía un lugar mágico llamado Dulcilandia, donde todo estaba hecho de piruletas. Las casas eran de caramelo, los árboles estaban decorados con chicles y los ríos eran de chocolate líquido. Pero en el centro de este mundo colorido, se alzaba una montaña imponente: ¡la Montaña de las Piruletas!
La montaña era famosa por ser muy peligrosa. Se decía que solo los duendes más aventureros se atrevían a escalarla. En la cima, había un gran premio: ¡la legendaria Piruleta Dorada, que otorgaba al que la alcanzara el poder de hacer dulces de cualquier sabor!
Un día, un duende llamado Dimi decidió que él sería el primero en conquistar la montaña. Era un duende pequeño, pero tenía un gran corazón y una imaginación aún más grande. Se preparó con su mochila llena de chicles, caramelos y, por supuesto, un mapa muy, muy antiguo que decía: “¡El camino a la cima está lleno de sorpresas!”.
Dimi comenzó su ascenso, pero al poco tiempo, se encontró con el primer obstáculo: ¡un río de refresco de naranja burbujeante! Dimi no sabía cómo cruzarlo, hasta que vio a un grupo de galletas nadadoras.
—¡Hola, galletas! —gritó Dimi—. ¿Cómo puedo cruzar?.
—¡Salta sobre nosotros! —dijeron las galletas, formando una balsa flotante.
Dimi se armó de valor y empezó a saltar de galleta en galleta, haciendo que todas reían y se tambalearan. ¡Fue como un divertido juego de saltos! Pero de repente, ¡una galleta se cayó al agua!.
—¡Ayuda! —gritó la galleta, mientras Dimi la rescataba rápidamente.
Una vez al otro lado, Dimi siguió su camino y se encontró con el siguiente desafío: ¡una pared de chicle gigante! No era fácil escalarla, ya que el chicle se pegaba a sus pies. Dimi tuvo que usar su ingenio.
—¡Voy a hacer un globo de chicle! —dijo.
Infló un chicle enorme, y cuando fue lo suficientemente grande, lo usó para elevarse por encima de la pared. Pero al llegar a la cima, el chicle estalló, y Dimi terminó cayendo en un montón de algodón de azúcar.
—¡Esto es más suave de lo que pensaba! —se rió, mientras se sacudía el azúcar.
Finalmente, Dimi llegó al último reto: ¡un dragón de regaliz que custodiaba la cima de la montaña! Pero este dragón no era feroz, sino un poco torpe. Cada vez que intentaba volar, sus alas se enredaban en su propio cuerpo.
—¡Hola, dragón! —saludó Dimi—. ¿Te gustaría un caramelo?.
El dragón, que estaba más interesado en los dulces que en asustar, respondió:
—¡Sí, por favor! ¡Me encantan los caramelos!.
Dimi le ofreció un par de caramelos, y mientras el dragón se distraía disfrutando de ellos, Dimi rápidamente corrió hacia la cima. Cuando llegó, ¡ahí estaba la Piruleta Dorada brillando como el sol!.
—¡Lo logré! —gritó Dimi, alzando la piruleta en el aire.
El dragón, al darse cuenta de lo que había pasado, voló hasta él y le dijo:
—¡Espera! No tienes que irte solo. ¡Quiero ayudarte a hacer dulces!.
Y así, Dimi y el dragón se convirtieron en los mejores amigos, creando dulces de todos los sabores en Dulcilandia. Desde entonces, cada duende soñador que intentaba escalar la montaña no solo buscaba la Piruleta Dorada, ¡sino también la amistad de Dimi y su dragón!.
Y colorín colorado, ¡este cuento de aventuras en Dulcilandia se ha acabado!.
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