
Había una vez un niño llamado Martín. Tenía 6 años, el pelo revuelto como si hubiera peleado con un tornado, y una risa tan ruidosa que espantaba hasta a los pájaros.
Una noche, mientras Martín estaba en su cama soñando con tartas de chocolate gigantes, un OVNI plateado aterrizó en su jardín. ¡Pero no era un OVNI normal!. Tenía forma de… ¡tetera!. Sí, una tetera voladora con ventanas y una bocina que decía:
“Piiiiiiiiiip, servicio intergaláctico de emergencia”.
Del OVNI salieron tres alienígenas bajitos y verdes, con ojos como pelotas de ping-pong y mocos colgando. ¡MOCOS!. Los tres estaban resfriados y se sonaban sin parar con los tentáculos.
—¡Terrestre! ¡Tú! ¡Niño despeinado! —dijo el más mocoso de todos—.
—¿Yo? —preguntó Martín rascándose la cabeza.
—Sí. Nos has tocado en el sorteo interplanetario. Necesitamos un héroe. ¿Sabes pilotar una tetera espacial?.
Antes de que pudiera decir “no”, los aliens lo abdujeron ¡ZUUUUP! y se lo llevaron volando.
Dentro de la nave, Martín se puso su traje verde destellante y descubrió que su misión era llevarles hasta el planeta Mocosón 3000, porque todos estaban demasiado resfriados para conducir y necesitaban ayuda intergaláctica terrícola.
—¡Pero si yo sólo tengo 6 años! ¡Ni siquiera llego al pedal! —protestó Martín.
—Tranquilo, hemos instalado control por voz —dijo otro alien mientras estornudaba sobre el parabrisas.
Así que Martín, con voz seria, gritó:
—¡Tetera, rumbo a Mocosón 3000! ¡Y rápido, antes de que me llenéis de babas alienígenas todo el cristal, que ya casi ni veo por dónde hay que ir!.
La nave arrancó a toda velocidad, dando vueltas como un torbellino loco. Durante el viaje, los alienígenas estornudaban tanto que Martín tuvo que usar su camiseta como paraguas. Pero al llegar al planeta, algo terrible pasó: ¡la nave se quedó sin combustible!.
—¡Vamos a chocar! ¡Y el planeta es todo de blandiblú pegajoso! —gritaron los aliens.
Entonces, Martín tuvo una idea genial:
—¡Usaremos vuestros mocos como combustible!.
Y así lo hizo. Con una pajita gigante (que había en la nave porque los aliens bebían muchos batidos de meteorito), Martín aspiró todos los mocos de los aliens y los echó dentro del motor.
—¡Brrrrr… Ruuuuuummmm! —sonó la nave propulsada a toda velocidad por mocos alienígenas.
Y así, gracias a Martín, llegaron sanos y salvos. Los aliens le declararon Héroe Espacial Supremo del Mocosón y le regalaron un diploma… hecho de papel higiénico galáctico y ecológico.
Antes de devolverlo a casa, los aliens le preguntaron:
—¿Cómo supiste que los mocos podían servir de combustible?.
Y Martín, con cara de sabio, respondió:
—En mi cole reciclan de todo. Pensé: si reciclamos plástico y papel, ¿por qué no mocos?.
Los aliens aplaudieron con sus tentáculos.
¡ZUUUUP! Lo devolvieron a su cama justo antes de que su mamá lo llamara para desayunar.
Desde aquel día, Martín siempre lleva un pañuelo… por si algún alienígena resfriado necesita ayuda.
Y colorín colorado, Martín aprendió a que cualquier problema, por raro que parezca, puede tener una solución si usas la imaginación y ayudas a los demás. ¡Incluso hasta los mocos galácticos pueden servir para algo si usas bien tu ingenio!.
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