
Había una vez, un pueblo que celebraba cada año el Carnaval, y cada año, se superaba más y más. Ese año, era un sábado soleado en el pequeño pueblo de Las Risotadas, y todos estaban emocionados porque ese día, por fin, celebraban el Carnaval. Las calles estaban llenas de disfraces coloridos, risas y muchas luces. El aire olía a algodón de azúcar y los confetis volaban por todas partes. Había carrozas flotantes y figuras gigantes de papel, pero lo mejor estaba por llegar… ¡la fiesta en la plaza al terminar el Desfile!.
La banda que este año tocaría en la fiesta era un misterio. Nadie sabía quiénes eran, pero cuando subieron al escenario, la multitud se quedó sin palabras.
Primero, apareció el baterista: un transformer gigante. En lugar de usar una batería normal, sus brazos y piernas metálicas golpeaban tambores y platillos gigantes que salían de su cuerpo. Cada vez que tocaba, ¡chispas de colores volaban por todas partes!. “¡Boom, boom, chachachá!”, hacía el transformer, y las luces estallaban como si fueran fuegos artificiales. ¡Todos, en vez de bailar, estaban con la boca abierta de par en par!.
Luego, llegó el guitarrista rockero. Llevaba una chaqueta de cuero, gafas oscuras, pelo rosa chillón y una guitarra eléctrica tan brillante que parecía un rayo de neón. Cuando comenzó a tocar, las cuerdas vibraron con tanta fuerza que el suelo del escenario comenzó a temblar. “¡Seguir el ritmo, chicos!” gritaba el rockero, mientras los niños saltaban a la vez que él.
Y, por último, apareció el cantante, un pirata de gran bigote, parche en un ojo y un loro azul llamado Pipo sobre su hombro. “¡Arrr, marineros!. ¡Bienvenidos a la fiesta del siglo!”, dijo el pirata, levantando su espada-micrófono al aire. Pipo el loro gritó: “¡Hola, hola!” y todos los niños estallaron en carcajadas.
La música comenzó y, aunque sonaba rara, ¡era muy divertida!. La primera canción que tocaron se llamaba “La danza del pez volador”. Todos los niños comenzaron a saltar, agacharse y moverse como peces en el agua, ¡y hasta el transformer empezó a bailar como si fuera un pulpo gigante mientras hacía de las suyas!.
Pero la verdadera sorpresa llegó cuando, de repente, una pequeña guitarra con patas y zapatos apareció en el escenario. Sí, ¡una guitarra con patas!. Era tan pequeña que parecía una miniatura, pero al tocarla, ¡la música cambiaba por completo!. Cada vez que la guitarra saltaba al escenario, la orquesta se transformaba. El transformer ya no era un robot, ¡se convirtió en un enorme dragón de fuego!. Y el guitarrista rockero, ¡se transformó en un gigante de roca que tocaba los acordes de guitarra como si tirara fueran rayos!.
La gente comenzó a bailar y a aplaudir más fuerte, ¡aquello era una pedazo de fiesta increíble!. De pronto, ¡el pirata también cambió!. En lugar de ser un pirata, se transformó en un increíble astronauta con casco plateado. “¡Nos vamos a la luna!”, gritó, y comenzó a cantar una canción llamada “El cohete loco”. Las luces comenzaron a brillar como estrellas fugaces, y el público no podía parar de bailar mientras el cielo nocturno se llenaba de colores.
Y cuando la guitarra con patas saltó al escenario una vez más, ¡todo cambió otra vez!. Esta vez, la música se convirtió en un ritmo de reggae y el pirata volvió a ser pirata, pero con una camisa de colores brillantes y una guitarra en la mano. El transformer dejó de ser dragón y se transformó en una nube de confetis. Todos los niños empezaron a atrapar los confites con las manos, ¡mientras cantaban todos juntos la canción “El vals del queso volador”!.
De repente, el transformer dio un giro, y lanzó una lluvia de luces de colores al público. Todo el mundo gritaba de felicidad, porque ¡era como estar dentro de un arco iris gigante!. Todos bailaban, saltaban y reían, ¡y el escenario parecía una fiesta de fuegos artificiales!.
El pirata, con Pipo el loro sobre su hombro, subió al escenario una vez más y levantó su espada. “¡Esta fiesta será legendaria!”, exclamó. “¡Gracias por una noche llena de magia, risas y música muy, pero que muy, rara y divertida!”.
Con una última canción que se llamaba “El vals del queso volador”, todos, desde los más pequeños hasta los abuelos, terminaron bailando como ratoncitos dando vueltas y vueltas. El transformer dio un giro y el rockero lanzó un solo de guitarra que hizo que todos saltaran hasta el cielo. Nadie quería que la fiesta terminara, ¡y todos acordaron que, el próximo carnaval, la mini guitarra con patas tendría que volver!.
Y colorín colorado, el pueblo Las Risotadas vivió la fiesta más rara y divertida del carnaval que no sería olvidada ni en 100 años. ¡Un carnaval que solo podría existir con una guitarra con patas, un pirata espacial, un transformer bailarín y un rockero gigante!.
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