La Isla de las Conchas Mágicas

Había una vez, en un pueblo junto al mar, una niña llamada Paula. A Paula le encantaba buscar conchas en la playa, y no le importaba si hacía sol, llovía, o si el viento soplaba tan fuerte que se despeinaba y que casi le hacía volar como una cometa. ¡Paula era una verdadera aventurera!.

Un día, mientras paseaba por la orilla, encontró algo que jamás había visto: ¡una concha gigante, del tamaño de una pizza familiar!. Paula la miró, sorprendida, y dijo: “¡Ay, caramba! ¡Esta concha es tan grande que hasta podría usarla como sombrero para ir a la playa o la piscina!”.

Pero, antes de que pudiera probársela, la concha comenzó a brillar como una lámpara de discoteca. ¡Y de repente, zas!. Paula fue transportada a un lugar totalmente mágico. ¡Estaba en una isla flotante llena de nubes de algodón de azúcar y árboles que daban frutas de todos los colores, hasta azules!. Paula se frotó los ojos, porque pensó que había comido demasiados helados de limón ese día, pero no, ¡todo era real!.

Justo en ese momento, un pájaro verde y con gafas de bucear apareció volando y, con una sonrisa enorme, le dijo: “¡Hola, Paula! Soy Pipo, el pájaro mágico. Bienvenida a la Isla de las Conchas Mágicas. Si quieres encontrar la concha más poderosa, ¡tendrás que resolver tres aventuras! ¿Te atreves?”.

Paula, que no se asustaba ni ante un dragón con sarpullido en las alas, le respondió con una risa traviesa: “¡Claro que sí! ¡Estoy lista para todo, dónde me pongo para empezar!”.

Primera aventura: El Bosque de las Conchas Saltarinas
Pipo la condujo a un bosque donde, en lugar de árboles, ¡habían conchas saltando por todas partes como si fueran pelotitas locas de ping pong!. Paula intentó atraparlas, pero las conchas saltaban tan rápido que parecían estar jugando al escondite con ella. “¡Eso no se vale!”, dijo la niña entre risas. Pero entonces se le ocurrió algo brillante: se tumbó en el suelo y comenzó a imitar a una concha. ¡Se quedó tan quieta que las conchas no la vieron y, una a una, saltaron directo a sus manos!. “¡Lo logré! ¡Soy una atrapa conchas profesional!”, dijo Paula dándose un aplauso a sí misma, mientras se peinaba un poquito por tanto ajetreo.

Segunda aventura: El Mar de las Conchas Musicales
Pipo la llevó a un mar lleno de conchas flotantes que, en lugar de ser normales, ¡hacían música!. Algunas tocaban canciones de jazz, otras hacían ruido como si estuvieran cantando ópera, y hasta algunas tocaban “La Macarena”. Paula se quedó muy concentrada buscando la concha que tocara la canción más bonita, pero, de repente, encontró una concha que no tocaba música, ¡sino que hacía una risa tan contagiosa que hasta las olas empezaron a reírse con ella! “¡Jaaa, jaaa, jaaa! ¡Esto es lo mejor que he escuchado!”, dijo Paula abrazando la concha como si fuera un chiste viviente. Pipo la felicitó y le dio la siguiente pista.

Última aventura: La Cueva de las Conchas Luminosas
La última parada fue en una cueva llena de conchas que brillaban como estrellas. Pero para encontrar la más especial, Paula debía tocar una de ellas. Paula comenzó a tocarlas una por una. ¡Pum! La roja se rompió. ¡Plaf! La azul se cayó y rodó hasta el fondo. Estaba un poquito frustrada, pero recordó algo que su abuelo siempre le decía: “Si al principio no lo logras, ¡ríete y sigue intentándolo!”. Así que Paula se rio de sí misma, respiró hondo y, al final, encontró una concha dorada que brillaba tanto que casi la cegó. “¡Eureka! ¡La encontré!”, gritó Paula emocionada levantando la concha como si fuera un trofeo.

De repente, todo comenzó a brillar, y en un abrir y cerrar de ojos, Paula volvió a la playa, justo donde había comenzado. Pero algo había cambiado. En sus manos, ¡tenía una pequeña concha dorada que brillaba suavemente, como un sol miniatura, y que era la medalla especial a la ganadora del campeonato «Concha del Año» de aquella divertida isla!.

“¡Gracias, Pipo! ¡Esta aventura fue increíble!”, dijo Paula mirando su concha dorada ganadora con una gran sonrisa.

Pipo, que ahora parecía un poco cansado de tanto volar, apareció una última vez y le dijo: “Paula, ahora sabes que lo más importante en cualquier aventura es nunca rendirse, aunque las cosas no siempre salgan como esperas. Y, por supuesto, ¡pensar un poquito y reírse es la mejor solución… ahora me voy a bucear con mis gafas nuevas!”.

Y colorín colorado, ¡este cuento marinero ha terminado!. Pero no te preocupes, porque pronto volveremos a nadar en las olas de las divertidas aventuras acuáticas de Paula. ¡Hasta la próxima aventureros del mar!.

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