
Había una vez un niño llamado Carlitos, que vivía en una casita verde rodeada de montones de flores moradas, azules y rosas que siempre parecían bailar al ritmo del viento. Un día, mientras Carlitos jugaba con su pelota, vio algo brillante entre la hierba: ¡un candado dorado!. Lo levantó y vio que tenía una inscripción que decía:
“Candado Mágico: ¡si me abres, el mundo se llenará de sorpresas!”.
“¡Vaya, qué raro!”, dijo Carlitos, con los ojos como platos. “¿Un candado mágico? ¡Esto debe ser lo más increíble que me pase esta semana, seguro!”. Sin pensarlo dos veces, metió la llave en el candado… ¡y zas!. En un abrir y cerrar de ojos, todo a su alrededor comenzó a brillar con colores tan locos que Carlitos casi se pone a bailar de la alegría.
Cuando abrió los ojos, se encontró en un bosque gigante, pero no un bosque cualquiera. Este era un lugar donde los árboles hablaban, las flores cantaban ópera y las nubes contaban chistes, que algunas reían tanto, taaaaaanto, que algunas nubes se ponían hasta llover de la risa que les entraba. De pronto, una flor gigante que estaba cantando “Deeeeespaaaacito”, se acercó y le dijo:
— ¡Hola, Carlitos! ¿Estás listo para una aventura?.
Carlitos, sorprendido pero curioso, respondió:
— ¡Claro! ¡Vamos allá!
La flor, con una voz tan alta que casi rompió un vaso, le señaló un camino hecho de caramelos de colores.
— ¡Sigue ese camino y verás lo que te espera!.
Carlitos, con su candado en la mano, comenzó a caminar por el dulce sendero. Y a lo lejos, vio un árbol gigante que lo miraba fijamente.
— ¡Carlitos! ¡Tengo una pregunta MUY importante! —gritó el árbol.
Carlitos, un poco confundido pero intrigado, se acercó.
— ¿Por qué los pingüinos no usan sombreros de copa alta?.
Carlitos pensó un momento y luego, con una sonrisa traviesa, dijo:
— ¡Porque los pingüinos ya son lo suficientemente elegantes con sus trajes negros!.
El árbol se echó a reír tan fuerte que de sus ramas cayeron golosinas de todos los sabores, ¡hasta los más raros, como chicle de pizza y caramelo de espinacas!.
Pero eso no era todo. Mientras Carlitos avanzaba, se encontró con un dragón amarillo que parecía estar en medio de una gran confusión.
— ¡Hola, Carlitos! —dijo el dragón—. ¿Puedes ayudarme a encontrar mi sombrero?.
Carlitos, mirando por todos lados, vio el sombrero del dragón colgado en una rama de un árbol que cantaba “¡APT, APT, Don’t you want me like I want you, baby?, APT, APTTTTTTT!.
— ¡Aquí está! —gritó Carlitos, devolviendo el sombrero al dragón.
El dragón, agradecido, le dijo:
— ¡Gracias, Carlitos! ¡Ahora puedo volar otra vez! ¿Te gustaría venir a dar una vuelta en mi espalda?.
¡Y eso fue lo más divertido de todo!. El dragón voló alto, tan alto que Carlitos vio el mundo entero desde las nubes de algodón de azúcar y las estrellas de colores. Durante el vuelo, el candado mágico brilló de nuevo, y Carlitos exclamó:
— ¡Esto es lo más increíble que me ha pasado en la vida!.
De repente, el dragón aterrizó suavemente y Carlitos se encontró de nuevo en su jardín, con el candado dorado aún en la mano.
— ¡Qué aventura más extraña y divertida! —pensó, mientras se reía solo, aún sintiendo el aire fresco de las nubes en su cara.
— ¡Gracias, candado mágico! —dijo Carlitos—. ¡Espero que nos volvamos a encontrar para más sorpresas la semana que viene, por favor!.
Y colorín colorado, a veces, las cosas más sorprendentes suceden cuando menos te lo esperas. La curiosidad, la risa y la ayuda a los demás son las llaves mágicas para vivir aventuras geniales, y siempre hay algo nuevo por descubrir si estás listo para explorar. Y así, Carlitos siguió buscando nuevas aventuras con su candado mágico cada semana, pero esa, ¡es otra historia!.
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