Hace muchos, muchos años —exactamente cuarenta y uno, para ser precisos— la abuela Casilda perdió un objeto muy importante: su cucharón mágico para revolver sopas de estrellas. Era un cucharón brillante, plateado, con un pequeño dibujo de luna en el mango y capaz de crear sopas que brillaban en la oscuridad como un cielo nocturno. Desde que lo perdió, la abuela solo podía revolver sus sopas con cucharones normales, lo cual no era tan emocionante.
Un día, mientras organizaba su baúl lleno de trastos antiguos, la abuela Casilda dijo:
—¡Ay, cielos estrellados! ¿Dónde estará mi cucharón mágico? Lo perdí hace 40 años… ¡y sin él no puedo preparar la Súper Sopa de Lunas Menguantes para la Fiesta del Brillo!
Sus tres nietos —Tomás, Valentina y Leo— se miraron con ojos muy abiertos. Aquello solo podía significar una cosa:
—¡Misión secreta! —susurró Tomás con voz de espía.
—¡De lo más divertida! —añadió Valentina.
—¡Y… un poquito disparatada! —dijo Leo, que siempre era el más sincero.
Así que, sin perder tiempo, los tres se pusieron sus capas de exploradores del mundo fantástico, prepararon una mochila con galletas de arcoíris, una linterna musical y una brújula que daba vueltas sin parar, aunque no señalará nunca a ningún lado.
La abuela Casilda sonrió desde su mecedora y les entregó un mapa arrugado.
—Queridos míos, creo que lo perdí en el Bosque de las Cosas que se Pierden. Pero tened cuidado: ¡en ese bosque todo se pierde! Hasta los pensamientos despistados.
—No pasa nada, abuela —dijo Valentina—. Nosotros solo perderemos… bueno, quizá una media. Pero nada más.
—¡En marcha! —gritó Tomás.
Y así empezó la gran misión.
El Bosque de las Cosas que se Pierden
El bosque era tan peculiar como su nombre. Había árboles que murmuraban “¿Has visto mis hojas?”, arbustos que preguntaban “¿Quién ha tomado mis bayas?”, y un viento que parecía buscar algo también, soplando suavemente mientras decía “¿Dónde estarán mis nubes?”.
Al poco de entrar, Leo gritó:
—¡He perdido mi zapato!
—¡Eso fue rápido! —dijo Tomás mientras lo ayudaba a encontrarlo entre unas raíces que parecían reír.
A medida que avanzaban, el mapa de la abuela comenzó a brillar con puntitos dorados que formaban una flecha. La flecha señalaba a un pequeño sendero que olía a pan recién horneado.
—¿Creen que vamos bien? —preguntó Valentina.
—Pues si vamos hacia donde huele a pan, seguro que sí —respondió Leo, que adoraba comer.
El sendero los llevó hasta una casita diminuta hecha de libros perdidos. De la chimenea salía humo con forma de signos de interrogación.
Cuando tocaron la puerta, un ser bajito y rechoncho, con barba hecha de lana, apareció.
—¡Hola! Soy el Duende Memorión, guardián de las cosas olvidadas. ¿Qué andan buscando?
Tomás respondió con voz seria:
—Una misión súper secreta. Buscamos el cucharón mágico de la abuela Casilda.
El duende se rascó la barba.
—Ah, sí, recuerdo haber visto un cucharón plateado hace muchos años… pero para llegar a él, tendrán que pasar por tres pruebas: la Prueba del Caos Ordenado, la Prueba del Olvido Volador y la Prueba del Guardián Despistado.
—¿Y si no queremos hacer pruebas? —preguntó Leo, un poco nervioso.
—Pues no recuperan el cucharón —respondió el duende, encogiéndose de hombros.
Los tres niños aceptaron, aunque con mariposas en la panza.
Prueba 1: El Caos Ordenado
Llegaron a un claro donde miles de objetos flotaban en el aire: calcetines sin par, lápices mordidos, sombreros que se movían solos y hasta un paraguas que abría y cerraba sin parar.
En el centro había un cofre con un cartel: “ORDENA EL CAOS Y ENCONTRARÁS LA LLAVE.”
—¡Esto está facilísimo! —dijo Tomás, y justo al intentar agarrar un calcetín flotante, los objetos comenzaron a moverse más rápido.
—¡No tan fácil! —gritó Valentina.
Recordaron entonces un truco que la abuela les había enseñado: cantar la Canción del Orden Perfecto. Empezaron a cantar, desafinando un poco:
“Cosas perdidas, cosas voladas,
ordenaos todas, no seáis malvadas.”
Los objetos comenzaron a caer suavemente, formando pilas ordenadas. El cofre se abrió y dentro había una llave dorada.
—¡Una prueba menos! —celebró Leo.
Prueba 2: El Olvido Volador
En la siguiente zona, un enjambre de mariposas transparentes revoloteaba alrededor de sus cabezas. Cada vez que una mariposa rozaba a uno de los niños, este olvidaba algo por un momento.
Tomás olvidó su nombre.
Valentina olvidó que tenía manos.
Leo olvidó que no debía comerse flores.
Las mariposas seguían acercándose, pero había un letrero que decía:
“RECUPERA TUS RECUERDOS Y LAS MARIPOSAS SE IRÁN.”
—La abuela siempre dice que los buenos recuerdos vuelven cuando los compartes —dijo Valentina, que ya se había acordado de sus manos.
Así que comenzaron a contar los mejores recuerdos con la abuela: cuando hicieron galletas de nube, cuando el gato de Casilda usó un sombrero, cuando el robot del abuelo aprendió a bailar.
Las mariposas se fueron alejando, brillando como luciérnagas felices.
La llave encendida número dos apareció flotando.
Prueba 3: El Guardián Despistado
Finalmente, llegaron a una cueva donde un enorme oso azul dormía roncando. En sus patas, sostenía el cucharón mágico como si fuera un juguete.
Un cartel puso: “DESPIERTA AL GUARDIÁN DESPISTADO… SIN ASUSTARLO.”
Los niños se miraron. ¿Cómo despertaban a un oso sin asustarlo?
—La abuela canta una canción suave cuando quiere despertarnos —dijo Tomás.
Así que empezaron a cantar la Nanita de los Sueños Dulces. El oso abrió un ojo, bostezó y dijo:
—¿Buscan esto? —levantó el cucharón sin soltarlo—. Lo tengo desde hace décadas. Me lo encontré y pensé que era una cuchara gigante para miel.
—¿Podemos recuperarlo? —preguntaron los tres a coro.
—Claro —dijo el oso, entregándoles el cucharón con cuidado—. Gracias por despertarme sin gritos. Solo pidan la próxima vez.
Los tres niños tomaron el cucharón mágico y emprendieron el regreso a casa.
La Fiesta del Brillo
La abuela casi lloró de emoción al ver su cucharón.
—¡Niños, lo lograron! ¡Después de 40 años!
Esa noche preparó la Sopa de Lunas Menguantes, que iluminó la casa como un cielo lleno de estrellas. Todos celebraron, bailaron y el oso azul incluso apareció para comer un poco (cosa que nadie se esperaba, pero fue muy divertido).
Y colorín colorado, así aprendieron a que nunca hay que dar por perdido algo valioso: con esfuerzo, trabajo en equipo y buen corazón, hasta lo olvidado puede volver a brillar.
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