Había una vez, en un valle lejano, donde los árboles eran tan altos como rascacielos y las montañas parecían dormir bajo mantas de nubes, un evento de super velocidad, el evento más increíble del siglo: ¡La Gran Carrera Dino-Turbo!
Por primera vez en la historia, coches y dinosaurios competirían en una misma pista para decidir quién era el más rápido del planeta.
En la línea de salida, los motores ronroneaban y las garras arañaban la tierra.
Por un lado estaban los coches, relucientes bajo el sol:
- Rayo Ruedín, un auto morado deportivo con un rugido de motor que hacía temblar el suelo, que a veces corría con un piloto llamado Rayan, y su copiloto llamada Lila.
- Turbo Tina, una camioneta eléctrica que brillaba con luces de neón.
- Don Camión, enorme, lento al arrancar, pero con una fuerza descomunal.
Y por el otro lado, los gigantes prehistóricos:
- Rex el Tiranosaurio, con patas que hacían temblar el suelo.
- Dina la Velocirraptor, rápida como un rayo, con una sonrisa confiada.
- Bronto el Apatosaurio, grande, amable y con un paso tranquilo pero firme.
El público rugía desde las gradas: pájaros, ardillas, robots, niños, e incluso algunos pterodáctilos que volaban en círculos para no perderse la vista aérea.
El señor Topo, con casco de carreras y bigote, levantó su bandera a cuadros.
—¡A sus puestos, listos… yaaaaa! ¡Y que comience la locura!
Los motores rugieron, los dinosaurios aún más, y una nube de polvo cubrió la pista.
Rayo Ruedín tomó la delantera, zigzagueando entre piedras y raíces.
—¡Atrápame si puedes, Rex! —gritó riendo.
Pero Rex el Tiranosaurio no se iba a quedar atrás. Dio un salto gigantesco y cayó tan fuerte que la tierra se sacudió, haciendo que los coches rebotaran.
—¡Ups! —chilló Turbo Tina mientras su auto daba un pequeño brinco—. ¡Eso no estaba en el manual de conducción!
Dina la Velocirraptor corría ligera, saltando entre los autos, casi sin tocar el suelo.
—¡Esto sí que es velocidad natural! —decía, dejando una estela de hojas moviéndose a su paso.
Don Camión, en cambio, iba con calma.
—No siempre gana el más rápido… —murmuró, mientras empujaba una roca fuera del camino para que los demás no chocaran.
La primera parte de la pista cruzaba el Gran Pantano Pegajoso, un lugar donde los neumáticos podían quedar atrapados como moscas en miel.
Rayo Ruedín trató de cruzar a toda velocidad, pero sus ruedas se hundieron.
—¡Ay no, mi pintura nueva! —se quejó.
Rex se rió tan fuerte que las ranas saltaron asustadas.
—¡Parece que el cochecito necesita remolque! —rugió con orgullo.
Pero al dar un paso más, su enorme pie quedó atrapado también.
—¡Oh, oh! Esto es más pegajoso que una pizza sin plato…
Mientras todos luchaban por salir, Turbo Tina ideó un plan. Activó su modo flotante y extendió unas pequeñas hélices.
—¡Modo anfibio, activado! —anunció.
Flotó suavemente sobre el pantano, dejando a todos con la boca abierta. Pero al mirar atrás, vio a Bronto el Apatosaurio que trataba de avanzar muy despacio, hundiéndose poco a poco.
—¡Ay no! —exclamó Tina—. ¡Bronto necesita ayuda!
Podía seguir adelante y ganar ventaja… pero su corazón le dijo otra cosa.
Giró su volante, extendió un cable magnético y tiró con todas sus fuerzas.
Con esfuerzo, sacó a Bronto del barro.
—Gracias, pequeña máquina brillante —dijo Bronto con una sonrisa—. No todos se detendrían a ayudar.
Turbo Tina sonrió.
—La carrera puede esperar. Los amigos no.
Más adelante, los corredores llegaron a la Montaña del Trueno, tan empinada que las nubes tocaban sus rocas.
Dina la Velocirraptor subía saltando de piedra en piedra, mientras los coches resbalaban intentando mantener el equilibrio.
Don Camión rugió su motor.
—¡Hora de la tracción total! —gritó, empujando a Rayo Ruedín con su parachoques para que no cayera.
—¡Gracias, Don Camión! Te debo una vuelta de gasolina —rió Rayo.
Rex el Tiranosaurio intentó trepar también, pero su cola era tan pesada que se deslizó hacia abajo. Bronto, desde atrás, usó su largo cuello para ayudarlo a sostenerse.
—Vamos, amigo Rex, ¡tú puedes! —dijo con voz amable.
Rex, sorprendido, aceptó la ayuda.
—¡Eh… gracias! Pensé que esto era una carrera, no una excursión en grupo.
—A veces las mejores carreras son las que se corren juntos —respondió Bronto con una sonrisa.
Llegaron por fin al último tramo: una recta enorme que atravesaba el Valle del Relámpago.
Los rayos caían a lo lejos, iluminando el cielo como fuegos artificiales.
Los seis competidores iban casi a la par.
Motores rugiendo, patas retumbando, ¡nadie quería rendirse!
Rayo y Dina iban codo a codo.
—¡Vas rápido, dino! —gritó el coche.
—¡Tú tampoco te quedas corto, lata con ruedas! —respondió ella entre risas.
A pocos metros de la meta, un rayo cayó muy cerca y una roca gigante rodó hacia la pista.
Iba directo a aplastar la línea de llegada.
Sin pensarlo, todos actuaron juntos:
Bronto bloqueó la roca con su cuerpo, Don Camión empujó desde atrás, Turbo Tina usó sus hélices para mantenerla en equilibrio, y Rex la empujó hacia un lado con toda su fuerza.
La roca se detuvo. El público aplaudió a rabiar.
Nadie cruzó la meta primero. Todos llegaron al mismo tiempo, empapados, llenos de barro… pero riendo como amigos.
El señor Topo levantó su bandera con una sonrisa.
—¡Empate! ¡Todos son ganadores!
Porque demostraron que la verdadera velocidad está en el corazón, no en las ruedas ni en las patas.
El público gritó y lanzó confeti. Rayo y Dina chocaron “puños” y “neumáticos”, Tina y Bronto compartieron hojas frescas y cargadores solares, y hasta Rex sonrió, algo que nunca había hecho en una competencia.
Y colorín colorado, así coches y dinosaurios comprendieron que La verdadera victoria no está en llegar primero, sino en ayudar a los demás a llegar contigo. Cuando cooperas, compartes y ayudas, todos ganan —incluso en una carrera disparatada entre coches y dinosaurios.
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