Había una vez un niño llamado Tito Tranquilo —que todavía estaba aprendiendo a ser tranquilo— tenía un talento especial para meterse en problemas sin querer. Él no hacía nada raro: simplemente vivía. Pero la vida, por alguna razón misteriosa, insistía en lanzarle situaciones que parecían salidas de un circo de payasos hiperactivos.
Un martes soleado, cuando la fila del comedor avanzaba lenta como una tortuga con sueño, Tito tomó su bandeja sin sospechar que estaba a punto de enfrentar su mayor incomodidad hasta la fecha: la Gelatina Saltarina Amarilla de Limón 3000, un postre experimental creado por la nueva cocinera del colegio, la señora Mandarina.
—Es una receta moderna —dijo la señora Mandarina, orgullosa—. Divertida, innovadora, totalmente natural… más o menos.
Nadie preguntó qué significaba “más o menos”.
Tito recibió su plato: arroz, pollo, verduras… y en la esquina, temblando como si escuchara música electrónica, una gelatina amarilla brillante con chispitas plateadas.
Al principio pensó que era normal. Algo rara, sí, pero era gelatina.
Gelatina de limón, su favorita.
Hasta que abrió la boca para dar su primer bocado de pollo… y la gelatina dio un salto.
Un salto real. Con acrobacia incluida.
—¿Eh? —dijo Tito, frunciendo el ceño.
La gelatina volvió a saltar, esta vez más alto. Caía y se levantaba en su plato como si tuviera resortes secretos llenos de sabor a limón.
Tito miró a sus amigos, pero estaban ocupados discutiendo quién podía hacer el eructo más largo (concurso clásico de la mesa 6B). Nadie vio lo que estaba pasando.
La gelatina saltó de nuevo… y esta vez se le pegó en la manga.
—¡Ay, NO! —susurró Tito— ¡Quédate en tu plato, gelatina de limón traviesa!
Pero la Gelatina Saltarina Amarilla de Limón 3000 no tenía ninguna intención de quedarse. Tembló, brincó y, sin pedir permiso, se desplazó por su brazo como una pelota de goma pegajosa.
—¡¡AAAH!! ¡QUÉ FRÍA ERES! —gritó Tito, sacudiendo el brazo mientras la gelatina seguía trepando.
Su plato cayó. Su silla se movió. Su bandeja rodó. Los demás niños por fin lo miraron.
—¿Por qué tienes una gelatina viva en el brazo? —preguntó Marisa, mitad preocupada, mitad muerta de risa.
—¡NO LO SÉ! ¡PERO ESTÁ TREPANDOOO! —Tito corrió por la cafetería como un pollo sin cabeza cubierto de postre.
La gelatina saltó a su cabeza y se quedó allí, moviéndose como un sombrero amarillo luminoso con sabor cítrico. Tito parecía una lámpara de limón muy confundida.
Los niños gritaban. Otros reían. Un par sacaron tablets para grabar “el día histórico: Tito vs. la Gelatina Viva”.
Justo cuando el caos estaba en su punto máximo, entró doña Clotilde, la legendaria conserje del colegio, conocida por resolver cualquier desastre en menos de 10 segundos.
Miró todo con total calma. Ajustó sus gafas. Suspiró.
—Ajá… Gelatina Saltarina de Limón 3000. Lo sabía.
—¿¡Qué hago!? —Tito gritó— ¡ME ESTÁ CHUPANDO UN MECHÓN DE PELO!
La gelatina hacía ruiditos como plip-pliup-plop, claramente entusiasmada con su nueva aventura capilar.
—Tranquilo —dijo doña Clotilde—. Estas gelatinas son muy sensibles. Cuanto más te desesperas… más saltan, más trepan y más se emocionan.
La gelatina dio una voltereta como para confirmarlo.
—¡Pero es fría! ¡Y pegajosa! ¡Y no quiero ser postre! —Tito ya estaba al borde del colapso.
—Respira —ordenó ella.
Tito respiró.
La gelatina se quedó quieta.
—Otra vez —dijo doña Clotilde.
Tito inhaló hondo y largo.
La gelatina se derritió un poquito, bajando lentamente por su cabello hasta ponerse sobre su hombro, tranquila.
—Muy bien —sonrió la conserje—. Ahora dile algo amable.
—¿A la gelatina? —Tito estaba al borde de rendirse— …¿En serio?
—Sí. Reacciona a tu incomodidad. Si tú te calmas y eres amable, ella también.
Tito respiró de nuevo, miró a la gelatina amarilla y dijo:
—Eh… hola. Perdón por gritarte. Hueles rico… a limón.
La gelatina hizo un saltito tímido y luego se derritió por completo. Cayó al suelo con un plop definitivo, totalmente normal. Ya no saltaba. Ya no brillaba. Ya no hacía acrobacias cítricas.
Era solo… gelatina de limón.
—Listo —dijo doña Clotilde, recogiéndola con su espátula mágica—. Cuando algo te incomoda, si lo enfrentas con calma, deja de rebotar.
Todos aplaudieron. Tito suspiró, aliviado y orgulloso.
Desde ese día, cuando algo lo incomodaba —un ruido, una etiqueta de la ropa, un examen sorpresa— Tito pensaba en la Gelatina Saltarina Amarilla de Limón.
Respiraba…
Se calmaba…
Y la situación dejaba de sentirse tan gigante, pegajosa, fría o saltarina.
La señora Mandarina prometió no inventar más recetas vivas…
Bueno… lo intentó… hasta la semana siguiente que hizo… Pero esa es otra historia: Una con un pan ninja y un puré que silbaba.
Y colorín colorado, así los niños entendieron que cuando algo nos incomoda, no dejemos que “salte” más que nosotros. Respira, cálmate y míralo de frente. Con tranquilidad, todo se vuelve más llevadero y manejable hasta encontrar la solución… incluso una gelatina de limón con demasiada energía.
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