Había una vez, un pequeño restaurante llamado “El Saborcito”, vivía una croqueta de bacalao llamada Crokie. Crokie no era una croqueta común; tenía un gran sueño: ¡quería ser futbolista! Mientras sus amigos se doraban en la freidora, ella pasaba horas viendo partidos de fútbol por la televisión, soñando con ser la estrella del campo.

Un día, Crokie decidió que no podía esperar más. Se armó de valor y le dijo a sus amigos croquetas:

—¡Voy a inscribirme en el equipo de fútbol de la cocina!.

Sus amigos, sorprendidos, empezaron a reírse.

—¿Una croqueta futbolista? —dijo la croqueta de pollo—. ¡Eso es imposible!.

Pero Crokie no se desanimó. Con su espíritu lleno de energía, se dirigió al campo de fútbol de la cocina. El entrenador, un gran chef con un gorro muy alto, la miró con curiosidad.

—¿Tú quieres jugar? —preguntó el chef, entre risas.

—¡Sí! —respondió Crokie, con toda la confianza que una croqueta puede tener.

Así que el chef, entre risas, le dio una oportunidad. Crokie se colocó un mini uniforme hecho de una servilleta y se puso en la línea de salida. El silbato sonó, y comenzó el partido.

Al principio, todo fue un desastre. Crokie corría, pero como estaba frita, se resbalaba por el suelo cada vez que intentaba dar una patada al balón. ¡Parecía un patito patinando sobre hielo! Las otras croquetas, al verla, no podían parar de reír.

—¡Vamos, Crokie! —gritó el chef—. ¡Tienes que concentrarte!.

Crokie se levantó y decidió que tenía que practicar. Así que cada día, después del trabajo en la cocina, se quedaba a entrenar. Aprendió a rodar, a hacer pequeñas acrobacias y hasta a esquivar el balón. Poco a poco, empezó a mejorar.

Un día, llegó el gran torneo de fútbol de la cocina. Todos los platos y aperitivos estaban emocionados, pero cuando vieron a Crokie, las risas comenzaron de nuevo.

—¡La croqueta futbolista! —se burló un bol de ensalada.

Pero Crokie estaba decidida. Cuando empezó el partido, el equipo contrario se reía al ver a una croqueta en el campo. Pero Crokie no se dejó llevar por los comentarios. ¡Era hora de demostrar lo que había aprendido!.

El partido comenzó y, de repente, el balón vino rodando hacia ella. Con un gran salto (aunque un poco torpe), Crokie dio una patada perfecta. ¡El balón voló directo a la portería!.

—¡Gol! —gritó el chef.

Pero el portero, un enorme plato de espaguetis, estaba distraído comiendo su propia salsa y no se dio cuenta. El balón pasó y ¡BOOM! El espagueti se dio un golpe en la cabeza.

—¡Ouch! —exclamó, mientras todos los demás platos reían.

Crokie, emocionada, comenzó a correr alrededor del campo. Hizo una voltereta, rodó y siguió jugando, ¡y lo mejor de todo! Cada vez que tocaba el balón, el público, formado por todas las comidas del restaurante, estallaba en vítores.

Al final del partido, Crokie no solo había marcado un gol, ¡sino que su equipo ganó! Todos los platos la levantaron en triunfo.

—¡Eres una campeona! —gritaron.

Desde ese día, Crokie se convirtió en la estrella del equipo. Ya no solo era una croqueta de bacalao, ¡era la croqueta futbolista! Y aunque sus amigos seguían riendo, también se unieron a su sueño, y juntos formaron el primer equipo de fútbol de croquetas.

Y colorín colorado, ¡este cuento de Crokie, la croqueta futbolista, se ha acabado!.

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