
Había una vez una niña llamada Laura que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas. Un día, su familia decidió ir de excursión para explorar un sendero que había en lo alto de la montaña y pasar un bonito día allí. Laura estaba tan emocionada que se puso su mochila, su gorra con un dibujo de unicornio, sus botas que hacían un «¡pum-pum!» cuando caminaba rápido, hasta se hizo un bocadillo de mermelada para cuando le fallaran las fuerzas, y por último, cogió un viejo móvil escacharrado que usaba para hacer fotos de todas sus excursiones. ¡Iba a ser un día increíble!.
Mientras subían por el sendero, Laura corría de un lado a otro, saltando entre las piedras, imitando los cantos de los pájaros, y hasta intentando hablar con una ardilla que la miraba desde un árbol (pero la ardilla sólo le respondió con un «¡chiss, chiss!» y desapareció asustada). Pero, de repente, algo brilló en el suelo, justo cuando Laura trataba de saltar como una rana acrobática. «¡Mamá, papá, mirar!», gritó Laura, levantándose con tanta rapidez que casi se cae de espaldas. Se agachó y vio una moneda dorada con un brillo tan fuerte que parecía que la había encontrado en un cofre de pirata. «¡Es una moneda mágica!», pensó mientras la levantaba con tanto cuidado que parecía que iba a desintegrarse.
Su papá, con cara de sabio, le sonrió y le dijo: «Puede ser una moneda antigua, Laura. Las montañas guardan muchos secretos… como, por ejemplo, los osos que se roban tus galletas si no las guardas bien en la mochila». Pero Laura, con su curiosidad y su bolsillo lleno de migas de galleta en su camiseta, decidió guardar la moneda en su mochila. «¡Seguro que me trae suerte, luego la limpiaré a ver de qué país es!», pensó mientras miraba a su papá, que ahora hacía un ruido raro intentando imitar un oso (¡pero sonaba más como un pato resfriado con muchos mocos!).
Continuaron su caminata y, poco después, llegaron a una cascada gigante que hacía tanto ruido que Laura no podía escuchar ni sus propios pensamientos. Al acercarse, Laura vio algo brillante cerca de las rocas, como si la montaña le estuviera guiñando el ojo. ¡Oh, era otra moneda! ¡Pero esta era aún más brillante que la primera!. «¡Papá, mamá, mirar lo que he encontrado ahora!» gritó Laura, dándole un tremendo susto a su mamá, que casi tropieza con una piedra, pero se sostuvo haciendo un saltito como una cabra montañesa. «¡Otra moneda mágica!», dijo Laura, y, por supuesto, metió la moneda en su mochila, justo antes de que una nube se formara en el cielo y se pusiera a hacer figuras de elefantes bailarines sobre ellos.
De repente, las monedas empezaron a brillar más y más, y Laura sintió calor en su bolsillo, como si algo supermágico estuviera sucediendo. «¡Vamos a buscar más monedas!», exclamó, con tanta energía que casi saltó encima de un arbusto con pinchos. Sus padres, medio sorprendidos y medio riendo, decidieron seguirla, y juntos comenzaron a caminar en busca de más tesoros. Mientras exploraban, encontraron monedas antiguas en todos los rincones: una junto a un árbol que parecía estar bailando con el viento, otra cerca de un arroyo donde las ranas hacían carreras de saltos, y hasta una escondida debajo de una montaña de hojas que Laura levantó tan rápido haciendo volar una nube de polvo y cientos de hojas alrededor de ellos.
Cada vez que Laura encontraba una moneda, algo increíble sucedía. Las flores a su alrededor se volvían más coloridas, los pájaros parecían cantar canciones de rock. ¡Era como si las monedas estuvieran llenas de magia y diversión!.
Al final del día, Laura tenía 7 monedas mágicas en su mochila, que ya no sabía si era una mochila o un cofre del tesoro lo que llevaba encima. «¡Qué aventura tan increíble hemos tenido!», gritó emocionada mientras su papá hacía un ruido con la boca imitando el sonido ahora de un dragón (¡pero se parecía más a el sonido de un pato recién levantado, acatarrado y con muchos moquitos!). «Creo que cada vez que venimos a la montaña, encontraré una nueva moneda, luego buscaremos en Google de qué época son, seguro que son de los romanos o los vikingos», dijo Laura sonriendo de oreja a oreja.
Pero un día, mientras caminaban por otro sendero, Laura se dio cuenta de algo muy importante. «Papá, mamá, he encontrado muchísimas monedas, pero lo más bonito de todo es que cada excursión con vosotros ha sido una aventura mágica, más que las monedas mismas». Su papá se agachó para abrazarla y le dijo: «Tienes razón, Laura. Lo más valioso de todo es el tiempo que pasamos juntos, porque no hay moneda en el mundo que te dé más alegría que estos momentos juntos».
Y colorín colorado, así, Laura aprendió que lo más importante en la vida no son las cosas materiales, sino las experiencias y los momentos divertidos que compartimos con las personas que más queremos. Las aventuras más grandes no están en los tesoros que encontramos, sino en los momentos mágicos que vivimos con los que más amamos. ¡Y a veces esos momentos vienen con monedas, risas y hasta dragones acatarrados con muchos mocos!.
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