
Había una vez, en un verano muy caluroso, dos niños llamados Fran y Martina, que habían ahorrado todas sus monedas para comprarse una cámara acuática.
No era una cámara cualquiera: era azul brillante, con dibujos de pececillos y, en la parte de atrás, un botón misterioso que decía: «Modo Fantasía«.
—Seguro que es solo para poner filtros como hacen los youtubers—dijo Martina muy seria.
—¡Pues vamos a probarlo! —respondió Fran, que no podía esperar ni un segundo más a darle.
Fueron directos a la piscina. Se pusieron las gafas, cogieron la cámara y… ¡clic! Activaron el botón misterioso.
En cuanto hicieron la primera foto bajo el agua, pasó algo increíble:
El flotador de flamenco en el que estaba su primo Dani… ¡empezó a volar sobre la piscina como un helicóptero!.
—¡Oye, bájame! —gritaba Dani riéndose y girando como una peonza, a punto de vomitar el helado de limón que se acababa de comer.
En la siguiente foto, un simple churro de piscina se transformó en un caballito de mar gigante que los llevó dando vueltas de un lado a otro.
Cada vez que hacían clic, algo distinto y más alocado aparecía:
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Una lluvia de helados cayendo del cielo (menos mal que no se derretían y daba tiempo a ir comiéndoselos).
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Una ola que hablaba y contaba chistes malos, pero de los malos, malos que no paras de reír en tres horas.
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Un grupo de tortugas con gafas de sol que bailaban reguetón.
Justo cuando todo estaba siendo todo muy divertido, apareció Silvia «la Mandona», la vecina que siempre quería ser la jefa de todos los juegos.
—¡Dame la cámara! —dijo quitándosela a Fran de las manos—. ¡Voy a hacer la foto más chula de todas!
Pero en vez de algo bonito, le hizo una foto al socorrista… ¡y el pobre se convirtió en un delfín parlante!.
—¡Silviaaaaaaa! ¡Yo no quiero comer pescado crudo hoy! —protestaba el socorrista delfín mientras chapoteaba con cara de enfado.
Silvia no aprendió la lección, pues siempre hacia lo que ella quería sin importarle nada más, y volvió a hacer clic, esta vez a la nevera de helados de la piscina… que salió volando como un cohete y dejó a todos sin postre.
Los niños la persiguieron por toda la zona de hamacas, mientras ella gritaba:
—¡No es mi culpa, la cámara tiene vida propia!.
Cuando por fin la atraparon, Silvia prometió que no volvería a usar la cámara sin permiso, pues hoy por raro que parezca, sí había aprendido la lección… aunque todos sabían que, con ella cerca, la próxima locura estaba asegurada.
Pero ahí no terminó el asunto… La cosa se descontroló de verdad cuando Fran, sin querer, hizo una foto a la piscina entera… y el agua se convirtió en gelatina de fresa.
—¡No puedo nadar, rebota demasiado! —decía Martina saltando sin parar como en un trampolín viviente.
Mientras tanto, el primo Dani intentaba “nadar” con cuchara en mano de otro helado que se estaba comiendo:
—¡Rápido, que se me escapa la ola de gelatina, yujuuuuu!.
Al final, para volver todo a la normalidad, tuvieron que encontrar el botón que decía: «Modo Realidad».
Lo pulsaron, y todo volvió a ser como antes… bueno, casi: el caballito de mar gigante seguía ahí, pero prometió portarse bien y comer solo algas cuando lo llevasen a la playa.
Eso sí, en ese momento apareció el socorrista, con unas gafas de bucear con delfines en las esquinitas, mientras gritaba:
—¡Si alguien me vuelve a fotografiar, exijo salir como un tiburón musculoso y con gafas de sol polarizadas azules!.
Todos se rieron tanto que casi se olvidan de guardar la cámara.
Desde ese día, Fran y Martina la usaron para guardar recuerdos, pero sin abusar de la magia… aunque de vez en cuando, un flotador seguía moviéndose solo por la piscina haciendo cosas muy raras.
Y colorín colorado, así los niños aprendieron que la imaginación es mágica, pero la verdadera diversión está en compartir esos buenos momentos… aunque un poco de «Modo Fantasía» nunca viene mal… ¿A qué esperas para pulsar ese botón en tu cámara acuática?.
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