
Había una vez, en un bonito día soleado de primavera cuando fui a la granja de mi abuelo, un lugar lleno de risas, animales y mucha, mucha diversión por todos los rincones. Pero este día no iba a ser como cualquiera. En la granja vivía una cabrita llamada Chispa, y a ella le encantaba muchísimo una cosa en particular: las cordoneras de todas las zapatillas.
Era de esperar que todo aquel que pisara la granja fuera recibida por Chispa , quien siempre encontraba el par de cordones más tentadores y sabrosones de 10 kilómetros a la redonda.
Un sábado, llegaron los amigos de mi abuelo, un grupo de gente muy simpática que estaba lista para pasar una tarde tranquila y agradable en la granja. Pero apenas se bajaron del coche, Chispa saltó encima de ellos.
Mi mamá y yo estábamos en el huerto cuando escuchamos los gritos. “¡Ay, la cabrita!. ¡Mi zapato!”, gritaba Pedro, mientras Chispa corría por todo el campo con el zapato en la boca.
Mientras tanto, mi abuelo observaba tranquilo con su café en la mano. “¡Ay esta Chispa, que paciencia!. La cabrita comenzó a morderle los cordones a todos, uno por uno. ¡Era como un juego para ella, no tenía que dejarse ninguno sin probar!. Ella sabía perfectamente cómo hacer reír a todos y, al mismo tiempo, no dejaba de robar esos cordones con una rapidez impresionante.
Al final del día, todos tenían las zapatillas sin cordones, pero con una sonrisa de oreja a oreja. El día de campo terminó siendo más entretenido que nunca, y todos se fueron a casa con la misma historia que contar: “¡La cabrita de la granja de tu abuelo me robó los cordones de las zapatillas!”.
Antes de irme, mi abuelo me llamó a su lado y me dijo, mientras miraba a Chispa saltando felizmente en el campo: “A veces, la vida te lanza una sorpresa, y aunque a veces nos haga perder algo, nos regala algo mucho más grande: la risa y la alegría de los demás. Hay que aprender a reír de los pequeños inconvenientes y disfrutar de los momentos más sencillos pequeño.”
Y así fue como aprendí la moraleja de ese día: “Lo que parece un pequeño problema puede convertirse en una gran alegría si sabes verlo desde otra perspectiva y con una sonrisa”.
Y colorín colorado, a partir de ese momento, siempre que veía una cabra, me aseguraba de que mis cordones estuvieran bien atados y ¡con doble nudo por si acaso!.
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