
Había una vez, en un pequeño pueblo, un niño llamado Mateo. Mateo no solo era curioso, ¡era un experto en meterse en líos!. Un día, mientras caminaba por el bosque, vio algo brillante entre los arbustos. “¡Oh, algo brillante! ¡Seguro que es un super tesoro!”, pensó. Pero no, no era un tesoro… ¡era una balanza de oro gigantesca!. Mateo se quedó mirando la balanza y vio una etiqueta que decía: «La Balanza Mágica, ¡úsame y descubrirás qué pesa más!».
Mateo, con la mirada más curiosa que un gato que ve una cortina nueva para trepar, decidió probarla. ¡Puso su mano en un platito de la balanza y… ¡BUM!. La balanza explotó en mil luces de colores, hasta salieron fuegos artificiales de detrás del gran árbol que había enfrente del niño, ¡y Mateo se quedó parado, alucinando y con los pelos de punta!. De repente, una voz salió de la balanza, como si hablara desde un altavoz gigante.
— ¡Hola, Mateo! Soy la Balanza Mágica. ¡Hoy te voy a llevar a una aventura increíble!. Vamos a descubrir qué pesa más: hacer las cosas bien o hacerlas mal. ¿Estás listo?.
Mateo, sin pensarlo, respondió:
— ¡Listísimo! ¡Más listo que un perrito que acaba de aprender a dar la patita!.
La balanza comenzó a flotar y le indicó a Mateo que la siguiera. Lo llevó a una pradera gigante con dos caminos. El primero era perfecto, recto, limpio, como si un ejército de hormigas hubiera pasado a barrerlo. Tenía un cartel que decía: «Este camino es para los que siempre hacen lo correcto». El otro camino estaba cubierto de barro, piedras, curvas, puentes y… ¡un cartel que decía: «Este camino es para los que no escuchan y hacen lo que les parece«. Mateo miró ambos caminos y pensó: «Hmm… el camino limpio suena aburrido… ¡pero el de barro tiene que ser súper divertido para jugar!».
Así que, como un verdadero aventurero, se lanzó por el camino con barro. ¡ZAS!. Se resbaló, ¡y ploffff! ¡Cayó de culo en el barro como un pingüino patinando en el mayor iceberg que hay en el Polo Norte!. Ahora Mateo parecía que estaba rebozado en chocolate desde las zapatillas hasta las pestañas. De pronto, la balanza apareció flotando, y no podía dejar de reírse.
— ¡Mateo, Mateo! ¿Ves?. El camino con barro te dejó más sucio que un cachorrito después de un baño en un charco. ¡Parece que la diversión se esfumó!.
Mateo, cubierto de barro hasta las orejas, se levantó como un robot pegajoso y dijo:
— ¡Buaghhhh, sí, la diversión se fue… pero el barro se ha quedado conmigo! Creo que me voy a ir al otro camino.
Con mucho esfuerzo, Mateo se limpió como pudo con unas cuantas hojas que tenía alrededor y volvió al camino limpio, que al principio parecía un poquito aburrido, pero cuando empezó a caminar, notó algo raro: no se caía ni tropezaba, era como caminar sobre una alfombra mágica. Y cuando miró a su alrededor, vio flores, mariposas y hasta a una ardilla bailando ¡como si fuera una gran fiesta!.
La balanza apareció de nuevo con una sonrisa muy grande y le dijo:
— ¡Mira, Mateo! Ahora que tomaste el camino correcto, veamos qué pesa más en la balanza: cuando tomaste el camino con barro y divertido, el platillo se llenó de algunas risas, pero pronto llegó el caos, las caídas y barro hasta en los dientes… Pero cuando tomaste el camino limpio y tranquilo, el platito se llenó de alegría, paz y un montón de flores de colores. ¿Qué prefieres?.
Mateo pensó por un segundo, mirando el jardín lleno de mariposas que danzaban como en una coreografía de un gran ballet ruso.
— ¡Prefiero la paz y la felicidad!. Porque hacer las cosas bien es como tener un día de cumpleaños con un rico gran pastel de chocolate, y lo más importante: ¡sin pringarte de barro!.
La balanza comenzó a brillar como una estrella fugaz, mientras se alejaba le dijo:
— ¡Eso es, Mateo! Hacer las cosas bien puede ser más difícil, ¡pero siempre trae una recompensa mucho más grandiosa que cualquier atajo sucio!. Y desde ese día, Mateo siempre intentaba elegir el camino correcto, y aunque a veces tropezaba, sabía que cada caída era solo una nueva oportunidad para levantarse y aprender, como un superhéroe que se sacude el polvo y sigue siempre adelante.
Y colorín colorado, a veces, el camino fácil y sucio parece divertido al principio, pero luego no lleva a ningún lado. En cambio, las cosas bien hechas siempre nos traen más tranquilidad y muchas más sonrisas, y seguro que… ¡menos barro en las orejas y en las zapatillas!.
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