La Gran aventura en el Bosque Encantado

Un día soleado, Lucas y Sofía decidieron explorar el misterioso bosque cerca de su casa. Su abuela siempre les había contado que el bosque estaba lleno de magia, pero ellos nunca habían creído esas historias. «Vamos a descubrirlo por nosotros mismos», dijo Lucas, emocionado.

Con mochilas llenas de bocadillos y una linterna, se adentraron entre los árboles altos y frondosos. A medida que avanzaban, el aire se volvía más fresco y el sonido de las hojas crujientes bajo sus pies los acompañaba. De repente, oyeron un murmullo extraño, como si alguien los estuviera llamando.

—¿Escuchaste eso? —preguntó Sofía, deteniéndose.

—Sí, pero no veo a nadie —respondió Lucas, frunciendo el ceño.

Siguieron el sonido hasta llegar a un claro donde encontraron un árbol enorme con una puerta tallada en su tronco. La puerta se abrió lentamente, y de ella salió un pequeño búho con lentes.

—¡Bienvenidos al Bosque Encantado! —dijo el búho con una voz grave—. Soy Olmo, el guardián del bosque. Necesito su ayuda.

Lucas y Sofía se miraron sorprendidos. ¡El bosque de verdad era mágico!.

—¿Qué clase de ayuda? —preguntó Sofía, curiosa.

—El río de la Sabiduría se está secando y nadie sabe por qué —explicó Olmo—. Sin él, todos los seres mágicos del bosque perderán sus poderes. Necesitamos encontrar la Piedra Brillante que está escondida en la cueva del Dragón Amistoso. Solo así el río volverá a fluir.

Aunque un poco asustados, los niños aceptaron el reto. Guiados por Olmo, caminaron hasta una montaña donde se encontraba la cueva del dragón. Al llegar, Lucas sacó la linterna y Sofía se adelantó con valentía. Dentro de la cueva, una luz azul titilaba en lo más profundo.

De repente, apareció un dragón enorme, pero en lugar de rugir, les sonrió amablemente.

—¡Hola, amigos! —dijo el dragón—. He estado esperando su visita. La Piedra Brillante está aquí, pero no es fácil de tomar. Deben resolver un acertijo.

El dragón les planteó su reto:

«Soy grande como una montaña, pero puedo caber en una cueva; viajo por el cielo, pero no tengo alas. ¿Qué soy?».

Sofía pensó rápidamente y susurró: —¡Una nube!

El dragón sonrió más amplio y les entregó la piedra brillante. Con ella en mano, los niños y el búho regresaron al río y, al colocar la piedra en su lugar, el agua comenzó a fluir de nuevo, cristalina y brillante.

—¡Lo lograron! —exclamó Olmo, agradecido—. Han salvado el bosque.

Lucas y Sofía se despidieron de sus nuevos amigos mágicos y regresaron a casa justo a tiempo para la cena. Nadie les creería la increíble aventura que acababan de vivir, pero ellos sabían que el Bosque Encantado siempre estaría ahí, esperando por más aventuras.

Fin.

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