El unicornio buceador y la pistola de gominolas

Había una vez, en un caluroso día de verano, un niño llamado Carlos que fue a la piscina con su flotador de pato, sus gafas de buceo de cangrejo, ¡y su imaginación desatada como cuando te tiras por un tobogán sin frenos!.

Apenas metió un pie en el agua, y ¡ZAS!, el agua empezó a burbujear… ¡Apareció un unicornio gigante con gafas de sol, aletas de buceo, bigote y su melena de colores al viento!.

—¡Hola Carlos! —dijo el unicornio con voz de radio antigua—. ¡Soy Brillantín, el unicornio buceador profesional, campeón mundial de carreras de caballitos de mares invisibles! ¿Quieres jugar a la batalla de burbujas mágicas?.

—¿Eh? ¿UN UNICORNIO BUCEADOR CON BIGOTE? —dijo Carlos frotándose los ojos—. ¡CLARO QUE QUIERO!.

Brillantín sacó de su melena una pistola de gominolas chispeantes que lanzaba ositos de fresa, serpientes de colores y una vez, por error… ¡zanahorias mezcladas con el confeti!.

—¡Prepárate! —gritó el unicornio mientras disparaba una lluvia de chucherías por toda la piscina.

Carlos, sin perder el tiempo, sacó su pistola de espagueti de espuma láser, que hacía ruidos de robot cada vez que lo movía.
—¡¡ZUIIIIING ZUÁÁÁ!! ¡A defender el Reino del Agua Fresquita!.

Pero entonces, apareció alguien inesperado: ¡el malvado Pulpo Pirulín!. Tenía ocho brazos, un bañador de piñas y en cada mano, una pistola de pompas gigantes.

—¡MUAJAJA! ¡Esta piscina será mía! —gritó mientras lanzaba pompas tan grandes que atraparon dos señoras que estaban en sus toallas tumbadas y salieron volando por encima de los árboles, también atrapó a un flotador en forma de pizza, y a un abuelito que sólo venía a leer el periódico bajo la sombra.

—¡Carlos, hay que detenerlo! —dijo Brillantín con cara de unicornio en apuros.

Carlos se puso sus gafas de buceo de cangrejos, dio un superchapuzón triple mortal (que salpicó incluso a los socorristas, al señor del bar y a una paloma que no tenía nada que ver con el asunto) y nadó hasta el fondo. Desde allí, usó su superpoder de remolino tontíbiri, que hacía girar el agua tan fuerte que a Pulpo Pirulín se le salieron los manguitos y hasta se le enroscó un churro verde en la cabeza.

—¡Nooo! ¡Yo solo quería jugar! —dijo el pulpo, que ya no parecía tan malvado y se estaba tragando mil pompas sin querer.

Entonces, el suelo de la piscina empezó a temblar… ¡y surgió una langosta DJ con gafas brillantes que gritó: “¡Fiesta burbujeante activada!”!. La piscina se convirtió en una pista de baile acuática, con música con delfines discotequeros y un cañón de espuma que lanzaba algodón de azúcar por todos lados.

Brillantín le ofreció a Pulpo Pirulín una gominola de paz con sabor a chicle de arcoíris.

—No hace falta ser el dueño de la piscina para pasarlo bien —le dijo—. ¡Solo hay que compartir los juegos y reírse mucho!.

Desde entonces, Carlos, Brillantín y Pulpo Pirulín se convirtieron en el equipo más chiflado de chapoteo intergaláctico de la piscina que iba Carlos, y cada verano hacían batallas épicas de risas, flotadores con superpoderes, y pistolas que lanzaban cosas ricas.

Y colorín colorado y bien remojado, así descubrieron que cuando compartes, te ríes y usas la imaginación a lo bestia… ¡una piscina se convierte en un parque de atracciones acuático con dragones inflables, churros-cohete supersónicos y una pista de baile donde hasta la abuelita con pamela, gafas de sol y flotador en forma de donut baila salsa con la música del DJ en la piscina infantil!.

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