
Había una vez, en el corazón del Viejo Oeste, un pueblo muy lejano, pero que muy, muy, muuuuuuuy lejano, donde vivían tanto indios como vaqueros. Aunque siempre se habían mantenido separados, había un lugar en el que ambos grupos coincidían: la gran Cueva del Tesoro, una enorme cueva escondida en lo profundo del desierto.
Un día, Lluvia de Estrellas, una joven india muy valiente, y Trueno Rápido, un pequeño vaquero muy astuto, se encontraron cerca de la entrada de la cueva. Ninguno de los dos sabía que el otro también había oído hablar del tesoro escondido en su interior, pero ambos pensaron lo mismo: ¡el que lo encuentre será el más rico del desierto!.
—¡Este tesoro es mío!, dijo Trueno Rápido, mientras ajustaba su sombrero y se preparaba para entrar.
—¡No tan rápido, vaquero!, respondió Lluvia de Estrellas con una sonrisa traviesa—. ¡Soy más rápida que un coyote y más astuta que un zorro!.
Ambos se miraron, decididos a ser los primeros en descubrir el tesoro. Pero antes de entrar en la cueva, un sabio anciano, Gran Águila, apareció entre los cactus y les dijo:
—Escuchar bien, jóvenes. La cueva está llena de trampas. Si no trabajáis juntos, nunca encontrareis el tesoro. Pero si lo hacéis, podréis compartirlo.
Lluvia de Estrellas y Trueno Rápido se miraron, sorprendidos. No querían compartir el tesoro, pero algo en las palabras de Gran Águila les hizo pensar que tal vez la mejor forma de conseguirlo era unir fuerzas.
Decidieron hacerlo. Entraron juntos en la cueva, que estaba llena de pasajes oscuros y piedras resbaladizas. De repente, apareció un enorme pozo que parecía imposible de cruzar. Trueno Rápido intentó saltar, pero se resbaló y estuvo a punto de caer.
—¡Ayúdame, Lluvia de Estrellas!, gritó, agarrándose a una roca.
Lluvia de Estrellas, sin pensarlo, le extendió una cuerda que había encontrado en su mochila. Trueno Rápido se sujetó de ella, y juntos cruzaron el pozo.
Un poco más adelante, llegaron a un puente de madera que parecía estar a punto de caerse. Trueno Rápido pensó en cruzarlo de un solo salto, pero Lluvia de Estrellas lo detuvo.
—Si saltas, el puente se romperá. Mejor construimos un puente con estas ramas que encontraremos por aquí.
Trabajaron juntos para construir el nuevo puente, usando ramas fuertes y cuerdas que tenían en sus mochilas, hasta que, ¡por fin!, pudieron cruzar con seguridad.
Cuando finalmente llegaron al final de la cueva llenos de arañazos, arena y polvo, encontraron un cofre antiguo, cubierto de telarañas. Ambos estaban emocionados, pero cuando lo abrieron, dentro había… ¡dos pequeñas piedras brillantes!.
Al principio, se miraron sorprendidos, pero Gran Águila apareció una vez más y dijo:
—El verdadero tesoro no son las piedras, sino lo que habéis aprendido.
Trueno Rápido y Lluvia de Estrellas se dieron un tremendo susto, pues no vieron de dónde salió aquel anciano de nuevo, pero se dieron cuenta de que, aunque el cofre no contenía oro, lo que realmente habían encontrado era algo mucho más valioso: la amistad y el trabajo en equipo.
—Si hubierais ido solos, habríais fallado, pero al trabajar juntos habéis conseguido superar todos los obstáculos. Ese es el verdadero tesoro, dijo el sabio anciano, que en un abrir y cerrar de ojos se esfumó de nuevo. ¿Y ahora, dónde se ha metido?, dijo con la boca abierta Trueno Rápido, mientras la pequeña india no paraba de reír sorprendida.
Desde ese día, Lluvia de Estrellas y Trueno Rápido se convirtieron en grandes amigos, y siempre se ayudaron mutuamente en sus futuras aventuras.
Y colorín colorado, a veces, el verdadero tesoro no está en lo que vemos, sino en lo que aprendemos al trabajar juntos en equipo.
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