
Había una vez, en un rincón muy lejano del mundo, una niña llamada Vanesa que vivía en una pequeña ciudad rodeada de montañas y bosques. Vanesa tenía muchas amigas, pero lo curioso era que todas vivían muy, muy lejos, a parte de las del cole, claro. Una vivía en el fondo del mar, otra en el espacio exterior, y la más aventurera de todas vivía en una isla flotante en el cielo, y Vanesa siempre tenía la esperanza e ilusión de poder hablar con ellas, y saber qué tal estaban, porque todos los días las echaba mucho de menos.
Un día, mientras Vanesa estaba en su habitación, jugando con su gato Mimoso, encontró algo raro bajo la cama. Era un teléfono antiguo, todo de colores brillantes, con botones de formas extrañas y una antena que parecía un tentáculo de pulpo. ¡Era un teléfono mágico de su bisabuela o tatatatatatatarabuela seguro!. O eso pensó Vanesa.
—¡Perfecto! ¡Así podré hablar con mis amigas, sin tener que nadar hasta el fondo del mar o hacer un salto mortal para llegar al espacio! —dijo Vanesa mirando el teléfono con cara de emoción.
Vanesa levantó el teléfono y, sin pensarlo dos veces, presionó el primer botón, que era de color verde brillante. El teléfono emitió un bip muy fuerte y, de repente, una voz muy rara y traviesa salió del auricular:
—¡Hola, Vanesa! Soy el teléfono imaginario escacharrado de tu tatatatatatarabuela. ¡He sido construido para hablar con personas que quieres y están muy, muy, pero que muy lejos!. Pero… ¡cuidado! A veces me gustan un poquito, bueno, bastante las travesuras.
Vanesa pensó que era una broma y presionó otro botón, uno morado en forma de estrella. ¡Era el turno de Martina, su amiga que vivía en el fondo del mar!. De repente, la voz de Martina llegó a través del teléfono:
—¡Hola, Vanesa! ¡Estoy en el fondo del mar jugando con delfines! Pero… ¡oh no! El agua está entrando en mi casa submarina y los peces están organizando una fiesta de burbujas en mi cocina. ¡Me están empapando todo, socorrooooo!.
Vanesa, al escuchar esto, se rió y dijo al teléfono:
—¡Tienes que ayudarla, teléfono escacharrado de mi tatatatatatatarabuela! ¡No podemos tener una fiesta de peces y galletas mojadas!.
El teléfono hizo un bip raro, como si estuviera estornudando, y luego respondió:
—¡Listo! He convertido las burbujas en caramelos de menta y los peces están ahora organizando un concurso de saltos con caídas sobre camas elásticas de chicle.
Martina, sorprendida y riendo, contestó:
—¡Gracias, Vanesa! ¡Ahora puedo hacer un castillo de chicle en lugar de fregar burbujas por toda la casa, voy a seguir con la fiesta! ¡Hasta pronto!.
Vanesa se sentó con una gran sonrisa en la cara, y rápidamente apretó otro botón: el de color rojo en forma de cohete. ¡Era el turno de Luna, su amiga que vivía en el espacio!. La voz de Luna, que parecía provenir de las estrellas, llegó al teléfono:
—¡Vanesa! ¡Estoy flotando por el espacio, rodeada de asteroides! Pero… ¡oh no! Los asteroides se están convirtiendo en galletas de chocolate y mi nave está llena de migas. ¡Todo se está derritiendo y se romperán los mandos de la aeronave, socorrooooooooo!.
Vanesa, intentando no reír demasiado, le dijo al teléfono:
—¡Haz algo, teléfono escacharrado de mi tatatatatatarabuela! ¡No podemos dejar que el espacio se llene de chocolate derretido, ayudaaaaaaa!.
El teléfono imaginario escacharrado emitió un sonido como de «¡oops!» y luego dijo:
—¡Listo! He convertido las galletas de chocolate en bolas de helado que los asteroides están jugando y lanzando por todo el espacio. ¡Nada de migas, solo dulce diversión galáctica!.
Luna, que no podía parar de reír, dijo:
—¡Vanesa, eres increíble! ¡Gracias por hacer que el espacio sea tan delicioso, voy a por esa rica bola de chocolate! ¡Hasta pronto!.
Pero Vanesa no podía esperar más y decidió hablar con Clara, su amiga que vivía en una isla flotante en el cielo. Presionó el último botón, el de color azul con nubes dibujadas. ¡Y ahí estaba Clara!.
—¡Vanesa! ¡Estoy viendo un arcoíris desde mi isla flotante! Pero… ¡oh no! Las nubes se han convertido en algodón de azúcar de la feria y ahora todo está pegajoso. ¡Parece que estoy viviendo dentro de una nube gigante!.
Vanesa pensó por un segundo y luego le pidió al teléfono:
—¡Convierte las nubes en globos de colores, por favor! ¡Así las nubes podrán flotar sin dejar todo pegajoso!.
El teléfono haciendo un sonido como el de una campanita respondió:
—¡Hecho! Ahora las nubes son globos gigantes y se pueden lanzar al viento sin que se pegue nada. ¡Fiesta flotante ecológica!.
Clara gritó emocionada:
—¡Gracias, Vanesa! ¡Ahora las nubes son súper divertidas! ¡Nos vemos pronto cuando cojas un avión!.
Vanesa sonrió, pero de repente, notó que el teléfono había dejado de funcionar. Empezó a presionar botones, pero nada sucedió. ¡El teléfono no hablaba más! ¡Las ondas no llegaban! Pensó que se había estropeado, y su cara de sorpresa era más grande que nunca.
—¡Ay, no! ¿Y ahora qué hago? —dijo Vanesa, mirando el teléfono.
Y colorín colorado, nuestra amiga miró al cielo y se echó a reír, porque sabía que aquel objeto de su… tatatatatatatarabuela era algo muy especial, pero también entendió algo muy importante: que las mejores aventuras siempre las vivimos con nuestros amigos, sin importar lo lejos estén, y que, aunque a veces las cosas no salgan como esperamos, siempre podemos encontrar una manera divertida de solucionarlo.
¿Te has quedado con ganas de otro cuento?. Haz clic aquí para leer más cuentos
Síguenos para conocer las últimas publicaciones en Facebook o Instagram