El secreto de la piedra mágica morada

Había una vez una niña llamada Alicia, que tenía una coleta saltarina, una risa contagiosa y una gran colección de calcetines desparejados. Un día, mientras buscaba lombrices en el jardín de su abuela —como hacen todas las niñas en el universo entero, ¿verdad?—, una señora muy misteriosa apareció entre las rosas.

—Psss… Alicia —susurró la mujer, con una capa llena de lentejuelas y olor a palomitas del cine—. Te he estado observando. Esta piedra morada es mágica. Guárdala bien. ¡Te dará suerte y poderes increíbles!.

La piedra era brillante, redonda y tenía forma de… ¡patata arrugada!. Pero Alicia, con los ojos como platos, la cogió como si fuera el tesoro más valioso del mundo.

—¿Y qué poderes me da? —preguntó emocionada.

—¡Solo lo descubrirás usándola! —gritó la señora, y ¡puf! desapareció entre una nube de purpurina dorada.

Alicia pasó todo el día probando la piedra. Primero la puso en su frente y trató de volar. Solo consiguió chocar contra una estantería y tirarse encima tres libros, una maceta y un gato que no era suyo.

Luego intentó hablar con los animales. Puso la piedra en su oído y se acercó a su perro Pancho.

—¿Pancho? ¿Tienes algo que decirme?.

¡Guau! —respondió Pancho como siempre.
—¡Funciona! ¡Me ha dicho que quiere galletas! —gritó Alicia, aunque Pancho siempre quería galletas a todas horas.

Después, intentó hacerse invisible para colarse en la cocina y robar galletas. Caminó muy despacio, con la piedra en el bolsillo y los ojos entornados, como si eso ayudara a subir el porcentaje de invisibilidad. Pero su madre la vio enseguida.

—¡Alicia! ¡Devuelve esas galletas o te convierto en zanahoria!.

—¡La piedra no sirve! —gritó Alicia frustrada.

Al día siguiente, Alicia se fue al bosque con su piedra mágica morada, decidida a hacer algo heroico. Iba vestida como una superheroína: con una capa hecha de mantel de cuadros rojos y botas de lluvia con dibujitos de pollos bailando.

Pero, antes de ir al bosque, Alicia tuvo otra gran idea: ¡convertir a su hermana pequeña en rana!. Puso la piedra mágica sobre su gorra favorita, se la puso a su hermana, y gritó con voz de bruja: 
—¡Astropichulechobusquibiris, croac-croac! ¡Que te salgan patas y te crezca la lengua de aquí a la China!.
Su hermana solo la miró y soltó un pedete tan escandaloso que se cayó hasta de la silla. Alicia se quedó con los ojos abiertos como faroles y murmuró:
—Bueno… algo mágico sí ha pasado. ¡Pero no era lo que yo quería!.

Así que, la niña continuo con su camino hacia el bosque para intentar descubrir el gran secreto misterioso de la piedra mágica. Tras una buena caminata, de repente, escuchó un “¡AUXILIOOO!”. Era su amigo Martín, que se había subido a un árbol para ver mejor el mar… y ahora no podía bajar.

Alicia agarró fuerte su piedra, se la metió en el calcetín y gritó:

—¡Piedra mágica, dame súper fuerza para salvar a Martín!.

Nada pasó.

—¡Piedra mágica, conviérteme en ardilla trepadora!.

Nada.

—¡Piedra mágica, haz algo! ¡Canta, brilla, explota, lo que sea!.

Nada de nada.

Alicia suspiró, tiró la piedra al suelo con fuerza (y rebotó contra su pie, ¡auch!) y miró a Martín.

—¡Vale, piedra o no piedra, voy a ayudarte!.

Y sin pensar mucho, trepó por el árbol. Se raspó una rodilla, se enganchó la capa en una rama y se le cayó un zapato. Pero logró subir, agarró a Martín, y juntos bajaron rodando como croquetas por el tronco sin hacerse 20 chichones.

—¡Eres mi heroína! —dijo Martín abrazándola.

Alicia miró su rodilla con un raspón, su zapato perdido y la piedra tirada en el barro. Entonces lo entendió.

—La piedra no era mágica —dijo sonriendo—. ¡La mágica soy yo!.

Desde ese día, lanzó bien lejos la piedra al mar, y ya nunca volvió a confiar en aquella piedra… Porque ya sabía que lo asombroso estaba dentro de ella misma.

Y colorín colorado, a veces buscamos la magia fuera, en objetos brillantes o en cosas misteriosas. Pero la verdadera magia está dentro de nosotros: en nuestro valor, en nuestras ideas que sí son mágicas y en nuestras ganas, sin olvidarse nunca de trepar por los árboles sin romperse los pantalones, claro. ¡Tú también eres mágico, aunque no brilles como una fría piedra morada, tu poder siempre está dentro de ti!.

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