Una tarde soleada, la familia Pérez decidió ir a comer a un restaurante muy especial en el centro de la ciudad llamado El Saleroso. El restaurante no era como los demás, no. Este estaba ambientado en la época medieval, ¡con caballeros, castillos y hasta dragones!. La mamá, el papá, la hermana Fernanda y el hermano Juanito se sentaron en una mesa de madera gigante, rodeados de candelabros, escudos, espadas y banderas muy antiguas.

Cuando llegaron los platos de comida, Juanito miró el suyo y dijo: «¡Mmm, qué rico!. Pero me falta algo». Cogió el salero, le echó un poco de sal a su carne, y de repente, ¡BOOM!. Un gran estruendo sacudió la sala. Todos los comensales miraron asombrados mientras, de entre las columnas del restaurante, ¡emergía un guerrero con armadura reluciente!.

El guerrero, con una espada gigante, se acercó al centro de la sala y comenzó a contar una historia increíble: «Hace muchos años, luché contra un dragón feroz que vivía en estas montañas. ¡La batalla fue épica!. ¡El dragón escupió fuego!, y yo, valiente caballero, lo derroté con un brillante golpe de espada!. Y aquí está mi trofeo, ¡uno de sus ojos, que ahora es mi amuleto!», dijo, sacando una piedra verde brillante de su mochila.

La familia Pérez estaba tan sorprendida que ni siquiera se atrevieron a dar un bocado a la comida del plato. Pero justo cuando Fernanda, curiosa, cogió el salero y echó un poco más de sal en su sopa, ¡ZAS! El restaurante se llenó de humo y, en un abrir y cerrar de ojos, apareció un dragón morado escupiendo fuego, ¡en pleno salón, dejando todos los cristales de las ventanas perdidos!.

«¡Soy Dragón Fuego!. ¡He venido a contar cómo una vez fui engañado por un mago para robar uno de mis huevos dorados!», rugió el dragón, haciendo temblar las paredes y todas las sillas. Todos se echaron atrás, pero el dragón, al ver las caras asustadas, añadió: «¡No temáis!. Soy un dragón amable y solo vengo a contar mis aventuras, no a comeros».

Los Pérez, entre risas y asombro, no podían creer lo que sucedía. ¿Qué pasaría si volviesen a echar sal?. La mamá, dudosa, decidió probar. Echó un poco de sal en su ensalada campesina, ¡y de repente, el suelo tembló!. Esta vez, apareció un caballero en su caballo atravesando el salón, montado un corcel blanco y con una corona dorada.

«¡Saludos!. Soy el rey de estas tierras. He viajado por toda la región en busca de valientes como vosotros. Si queréis, puedo hacer un torneo para decidir quién es el campeón», dijo el rey mientras sus caballeros formaban filas detrás de él.

La familia, riendo a carcajadas, entendió que cada vez que alguien echaba sal, una nueva aventura medieval comenzaba. ¡Era como estar dentro de un cuento, eso sí sin correr tremendos peligros!.

Cuando terminaron de comer, todos estuvieron de acuerdo en que había sido la comida más divertida y mágica que habían tenido en su vida. Y Fernanda, antes de irse, le susurró al oído de Juanito: «¡Tenemos que volver, y echaremos aún mucha más sal, que quiero ver la historia del mago y sus hechizos mágicos!».

Y colorín colorad, la familia Pérez se fue de aquel lugar especial y encantado, con el corazón lleno de magia y una gran sonrisa en la cara, sabiendo que, en ese restaurante, ¡cada plato sería una nueva aventura alucinante para el recuerdo de todos!.

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