
Había una vez, un niño llamado Álvaro, y que de mayor quería ser Policía. Un sábado por la mañana, Álvaro se despertó con una idea tan loca como divertida: “¡Hoy seré el primer policía que resuelve casos… en el ESPACIO!”.
Se puso su disfraz de policía intergaláctico (que era el mismo del carnaval, pero con un colador de cocina en la cabeza como un casco espacial muy especial) y un cinturón lleno de herramientas: una linterna, un silbato, un bolígrafo mordido por su hermanito y… ¡una cuchara gigante de madera por si había que enfrentarse a monstruos galácticos que lanzaban natillas pegajosas!.
Su primera misión espacial comenzó cuando escuchó un sonido extraño en el pasillo:
“¡CLONK, CLONK, PLOFFF!”.
“¡Eso no es normal! ¡Eso suena a ataque de extraterrestres que ya la están liando!”, gritó Álvaro.
Corrió hacia el pasillo y descubrió a su hermanito Leo metido dentro de una caja de cartón, chocando contra las paredes mientras gritaba:
“¡Soy un robot destructor de galletas!”.
Álvaro apuntó con su linterna y dijo muy serio:
“¡Alto ahí, robot! ¿Cuál es tu planeta de origen y por qué tienes una galleta pegada en esa oreja?”.
Leo se rió tanto que se cayó de la caja. Caso resuelto. ¡Robot detenido por exceso de risa interestelar!.
Pero no había tiempo que perder. ¡Un nuevo mensaje apareció en la «pantalla secreta» (o sea, una nota de mamá pegada en la nevera)!.
“Álvaro, misión importante: ¡rescatar a los calcetines perdidos que han invadido el salón!”.
¡El salón estaba lleno de calcetines por todas partes!. En el sofá, colgando de las lámparas, ¡hasta uno dentro de una taza de café!. Álvaro, armado con su cuchara anti-monstruos, fue recogiendo uno a uno mientras decía en su radio (el mando de la tele):
“¡Misión calcetín 1 recuperado! ¡Calcetín 2: neutralizado! ¡Calcetín 3… huele fatal, a queso roquefort, buaggghhh, necesito refuerzos!”.
De pronto, algo aún más grave sucedió:
Valentina, su hermanita, había decidido construir una nave espacial con cojines, mantas y la lámpara del comedor.
“¡Álvaro! ¡Mi nave va a despegar al planeta Helado de Chocolate y tú no puedes detenerme!”.
“¡Claro que puedo!”, dijo Álvaro, “pero solo si me dejas ser el piloto y tú la copiloto con voz de ardilla”.
Valentina aceptó, pero puso condiciones: “Solo si Max, el perro, es nuestro guardián galáctico”.
Max, que no entendía nada, ladró una vez y se subió a la nave-cama.
“¡Despegamos en 3, 2, 1… WUUUUUM!”
Los cojines volaron por el aire, las mantas se enredaron y terminaron aterrizando… ¡justo encima de papá, que dormía la siesta en el sofá!.
“¡Invasión espacial!”, gritó papá medio dormido, mientras se recolocaba el cojín.
“¡Tranquilo, agente dormilón!. Hemos aterrizado sanos y salvos”, respondió Álvaro dándole un bollito con glaseado de fresa y un puñado de fideos de colores como símbolo de la paz.
Pero lo mejor vino al final del día. Mamá entró al salón y miró todo el caos (nave espacial derrumbada, calcetines por el suelo, el perro con un colador en la cabeza) y dijo:
“Álvaro, tu última misión: ¡la limpieza más importante del universo!”.
Álvaro suspiró, se puso serio y dijo:
“¡Mamá… esa sí que es una misión de nivel experto!”.
Pero claro, como buen Policía Superdivertido, la aceptó con honor.
Después de poner cada cosa en su sitio, salvar al gato de una bufanda voladora y devolver la cuchara a la cocina, Álvaro se tiró en su cama, agotado, pero feliz.
“Hoy viajé por el espacio, resolví casos cósmicos y evité una guerra de calcetines intergaláctica. Definitivamente, ¡ser policía es la mejor profesión del universo!”.
Y con su colador aún en la cabeza y la linterna apagada, cerró los ojos y soñó con nuevas misiones… quizás en el fondo del mar o en una isla llena de helado.
Y colorín colorado, este caso intergaláctico ha sido resuelto, porque cuando usas tu imaginación, tienes el valor y las ganas de ayudar, puedes convertir cualquier día en una gran aventura.
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