El pantano misterioso y el pato Rey de las Ranas

Había una vez, en una ciudad pequeña y tranquila, tres amigos muy curiosos y valientes: Jorge, un niño con tanta energía que podía saltar charcos tan grandes como lagos; Ana, una niña superinteligente que tenía un mapa para todo, incluso para encontrar galletas perdidas; y Martín, un chico tan risueño que sus chistes malos hacían reír hasta a las piedras y a las lagartijas.

Un día, cuando el sol brillaba como un foco gigante de cine, decidieron ir a explorar el pantano que estaba cerca de su ciudad. Sabían que no era un pantano cualquiera, sino un lugar lleno de magia y secretos. Muchos decían que allí se encontraban criaturas asombrosas y que hasta el aire olía a fantasía. ¡Qué mejor día para descubrir todos esos misterios!.

Cuando llegaron, los árboles gigantes parecían estar haciendo el “baile del viento”, moviendo sus ramas como si estuvieran en una fiesta. Las aguas del pantano brillaban como espejos gigantes que reflejaban el cielo azul y las nubes, que parecían algodones de azúcar. Los tres amigos comenzaron a caminar por un sendero cubierto de hojas y flores, rodeados de sonidos misteriosos: el ¡trriinnn!, el ¡muuu!, y hasta el ¡bip-bip!, como si los animales, y hasta un robot, se estuvieran presentando para el show que les esperaba.

De repente, Jorge, con su mirada de detective, señaló un arbusto y gritó:

—¡Mirar, allí está el dragón gigante!.

Todos corrieron hacia el arbusto, pero cuando miraron bien, se dieron cuenta de que no era un dragón… ¡Era un pato gigantesco con gafas de sol y un sombrero de paja!.

—¡Hola, amigos! —dijo el pato con una voz profunda, como si fuera un narrador de una película de aventuras—. Soy Don Kuak Kuak, el guardián del pantano mágico y Rey de las Ranas. ¿Queréis vivir una gran aventura?.

—¡Sí, sí, sí! —gritaron los tres al unísono, con más emoción que un globo de fiesta.

Don Kuak Kuak les explicó que si seguían el río hasta la colina, encontrarían una cueva secreta llena de maravillas, pero solo los valientes y los que trabajaran juntos podrían llegar. ¡Y eso significaba que tendrían que ayudarse como si fueran un equipo de superhéroes!.

Ana, siempre la más lista, sugirió:

—¿Y si usamos estas ramas largas como bastones? Así no nos hundimos en el lodo pegajoso, como si fuera un concurso de patinaje y escalada sobre barro.

Martín, que nunca dejaba pasar una oportunidad para hacer reír, se puso una rama en la cabeza como si fuera una corona real y comenzó a cantar:

—¡Soy el rey del pantanooo, ohhhh, ohhh! ¡Rey de los sapos y las ranas, uuuhhhh, uuuhhh!.

El pantano entero pareció temblar de la risa. Las ranas se rieron tanto que comenzaron a hacer una especie de aplauso rítmico con sus patitas. Jorge, saltando por todas partes, decía:

—¡Esto es como un videojuego, pero con mucho barro!.

Así que, entre risas y saltos, caminaron hacia la cueva. Y cuando llegaron, algo increíble ocurrió: un ejército de luciérnagas mágicas empezó a bailar alrededor de ellos, formando figuras en el aire: primero un unicornio saltarín, luego un arco iris gigante y, finalmente, un árbol gigantesco que daba frutas que brillaban como piedras preciosas.

Pero cuando pensaban que todo era diversión, apareció el verdadero reto: ¡un puente flotante sobre un río de agua turquesa y cristalina!. Don Kuak Kuak les advirtió que si no se ayudaban mutuamente, el puente podría desmoronarse en un abrir y cerrar de ojos.

Jorge, con la cara más decidida del mundo, dijo:

—¡No os preocupéis! ¡Si trabajamos juntos, cruzaremos este puente flotante como si fuéramos los campeones de las carreras de obstáculos del programa de la tele!.

Ana, con su mapa mágico, empezó a guiar a Martín, que aún llevaba su corona improvisada, mientras Jorge saltaba de un lado a otro, gritando frases motivadoras como:

—¡Nada puede detener a este equipo! ¡Adelante, equipo! ¡Somos invencibles!.

Después de mucho esfuerzo y trabajo en equipo (y también de muchos chistes malos de Martín que hacían que el puente también temblara de la risa), finalmente lo cruzaron y llegaron al otro lado.

Allí, encontraron una piedra gigante con una inscripción mágica que decía:

«La amistad es la llave para superar todas las pruebas mágicas.»

Los tres amigos se miraron, sonrieron, y en ese preciso momento, un arco iris apareció sobre sus cabezas, como si la naturaleza les estuviera aplaudiendo por haber llegado tan lejos juntos.

Y colorín colorado, los tres amigos se abrazaron, sabiendo que lo más maravilloso de la aventura no era solo la magia que habían visto, sino la amistad que los unía haciendo que cada viaje sea mucho más divertido.

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