
Había una vez un ogro llamado Gorgojo, en un país llamado… Chupilandia Saltarina. No era un ogro malo, ni asustaba a la gente, ¡al contrario! Era tan distraído que siempre se metía en líos. Una vez se sentó encima de una tarta de cumpleaños pensando que era un cojín, otra vez se lavó los dientes con pintura verde, ¡y hasta un día intentó peinarse con un tenedor gigante!.
Una mañana, Gorgojo abrió los ojos, miró debajo de la cama y gritó:
—¡¡¡NOOOOO!!! ¡He perdido mi calcetín favorito, el verde con rayas naranjas!.
Ese calcetín no era cualquiera… ¡era un calcetín mágico! Cuando se lo ponía, podía saltar tan alto que alcanzaba a tocar las nubes y le hacía cosquillas al sol.
—¡Debo encontrarlo ya, me voy corriendo! —gritó mientras corría y tropezaba con la escoba, ¡CATAPLOOOOF!.
El ogro algo mareado, salió del poblado siguiendo el camino del río. Primero fue al Reino de los Ratones Panaderos, donde todos cantaban:
—¡Chis-chis, pan calentito, chis-chis, pan redondito!.
—Amigos ratones, ¿habéis visto un calcetín verde con rayas naranjas? —preguntó Gorgojo.
Los ratones se miraron las colitas llenas de harina y respondieron:
—Solo tenemos gorros de chef, ¿quieres ponerte uno?. Pero, ¡nada de calcetines!.
El ogro, hambriento, se comió ocho panes de un bocado. ¡ÑAM ÑAM ÑAM!. «Me voy de aquí», dijo mientras se limpiaba las migas de pan de encima.
Luego fue al Bosque de las Tortugas Rumberas, donde todo se movía al ritmo de tambores. Allí se encontró con un árbol sabio que sacudía sus ramas como maracas.
—¡Señor Árbol! —exclamó Gorgojo con voz desesperada— ¡he perdido mi calcetín mágico!.
El árbol lo miró con calma y le dijo en tono de película mientras salía niebla alrededor de él:
—“No importa quién se pierde, quién se queda o quién se va… prefiero mejorar mil veces antes que perder mi calcetín favorito… Así que, si es importante para ti… ¡encuentra tu calcetín muchacho!”, dijo el árbol sabio mientras tosía de tanta niebla.
Gorgojo se quedó boquiabierto, y con los ojos bien abiertos, porque con tanta niebla ya no veía casi nada, y le contestó:
—¡Eso es! ¡Prefiero aprender a ser más ordenado, a ser más cuidadoso, a lo que sea… antes que perder mi calcetín de la suerte!.
El árbol soltó una carcajada de hojas que sonó como crish-crash-plash:
—Exacto, grandullón… lo que quiero decir es que no importa si pierdes cosas, porque eso siempre pasará, lo importante es que cada cosa que pierdes te hace crecer y mejorar. Y además… —le guiñó una de sus ramas— ¡los calcetines siempre aparecen en los lugares más raros que te puedas imaginar!.
El ogro también se fue de allí, y siguió caminando hasta que llegó al Palacio del Gato Bailarín, donde sonaba música de trompetas: ¡pam-pam-parapam! Y allí lo vio: ¡su calcetín verde con rayas naranjas, colgado en la cola del gato!.
—¡Ese es mío! —gritó.
El gato contestó:
—Lo encontré tirado y pensé que era una bufanda para mi bigote.
Los dos se miraron muy serios… como si fueran a pelear en un duelo épico. El gato arqueó la espalda, Gorgojo infló la panza como un tambor… ¡y de pronto los dos estallaron en una carcajada tan fuerte que las ventanas del castillo temblaron!.
Gorgojo se calzó su calcetín verde con rayas naranjas, el gato lo imitó con su cola, ¡y de repente empezaron a mover las patas como si tuvieran hormigas bailando dentro de los zapatos!.
—¡Mira este paso, Gato! —dijo Gorgojo mientras saltaba en un pie y caía de panza. ¡PLOF!.
—¡Y mira este! —gritó el gato, que giró como trompo y salió disparado contra una cortina. ¡FUSHHH PONNNG!.
Sin darse cuenta, inventaron el “Baile del Calcetín Saltarín con Saltos, Trompazos y Bigotes Brincarines”, un baile tan loco que hasta las sillas del palacio empezaron a aplaudir con las patas.
Desde entonces, cada vez que Gorgojo perdía algo, no se enfadaba:
Una vez perdió su cuchara… y conoció a un hada que cocinaba sopa de caramelos.
Otra vez perdió un zapato… y encontró una ardilla que lo usó como cama elástica.
¡Cada pérdida se convertía en una nueva aventura loca y divertida!.
Al final, Gorgojo y el gato se hicieron inseparables. Tanto, que en Chupilandia Saltarina los llamaban “¡Los Calcetinazos del Ritmo!”. Cada semana organizaban fiestas de baile que duraban hasta que salía el sol.
Los ratones servían panecillos recién horneados en bandejas que parecían patinetas, las tortugas tocaban tambores con nueces gigantes, las ardillas hacían coreografías a cámara lenta, y el árbol sabio no podía evitar gritar desde el bosque:
—¡Qué ritmo, qué estilo, qué gran festín! ¡Mis ramas ya sueñan con ponerse calcetines de rayas sin fin!.
Las fiestas eran tan alocadas que hasta las estrellas bajaban un rato del cielo para apuntarse y ponerse algún que otro…¡calcetín!, ¡hasta una vez la luna se cayó de la risa rodando como un queso gigante por la colina de aquel país!.
Y colorín colorado, Gorgojo aprendió a que no importa si pierdes algo, porque a veces las cosas se extravían o se van, pero seguro que otras cosas buenas siempre llegarán. Porque lo que vale, no es el calcetín que se ha perdido, sino las nuevas aventuras que la vida te dará.
¿Te has quedado con ganas de otro cuento?. Haz clic aquí para leer más cuentos
Síguenos para conocer las últimas publicaciones en Facebook o Instagram