
Había una vez, una niña muy inquieta que se llamaba Martina, tenía seis años, dos coletas alborotadas, y una risa que sonaba como cuando haces burbujas con una pistolita en el paseo de la playa en verano. Un lunes su profesora les dio una tarea muy especial:
—¡Tenéis que hacer una maqueta de los diferentes ecosistemas que hay en la Tierra para el viernes! —dijo la seño Carmen.
—¡Guau! —gritó Martina—. ¡Haré el océano más divertido de todos los tiempos!.
Corrió a casa como un pez veloz y sacó plastilinas de todos los colores: azul marino para el agua, blanca para las olas, verde para algas, ¡y hasta naranja para un pez payaso muy chistoso!. Con ayuda de su gato Cosmo (que más que ayudar, se comía las tapas de los botes), empezó su gran obra de arte.
Primero modeló a Doña Tortuga, con unas gafas rojas y una sombrilla pegada al caparazón. Luego creó al Sr. Pulpo Trompón, que tenía un bigote de algas y tocaba la trompeta. También hizo a un pez globo llamado Pompón que, si lo mirabas de frente, parecía estar diciendo: ¡Uuuuoooh, voy a salir volandoooooo de tan hinchado que estoy!. Y por fin, llegó el último toque, un poquito de arena de la playa pegada para hacer el fondo marino.
Martina puso su maqueta en la mesita del rincón de su habitación, bien orgullosa… pero entonces llegó la noche.
A la medianoche, cuando todo estaba en silencio y hasta Cosmo soñaba panza arriba con paté de atún, algo mágico ocurrió…
—¡Glu-glu-glu! —dijo Doña Tortuga estirando las patas—. ¡Buenos días, criaturas marinas!.
—¡Pero si es de noche! —respondió Pompón inflándose de susto.
—¡Hora de ensayar el espectáculo oceánico, arriba la Banda Submarina de Plastilina! —gritó el Sr. Pulpo Trompón y sacó su mini trompeta de coral.
Los muñequitos cobraban vida cada noche, ensayando una función submarina solo para los calcetines perdidos de debajo de la cama. A veces había problemas: una vez, Pompón se atascó en la concha de una almeja y no paraba de rebotar por toda la maqueta. Otra vez, Doña Tortuga quiso hacer surf en una cuchara de yogur y acabó enredada en una goma del pelo. Y Pulpo Trompón… bueno, una vez se confundió y sopló en el tubo de hacer burbujas del baño. A la mañana siguiente… ¡Martina encontró el espejo del pasillo cubierto de espuma!.
Cada mañana, Martina notaba algo raro: las figuras estaban en posiciones distintas, una gota de agua aquí, una nota de trompeta aparecía por alla…
—Qué raro —decía—. Juraría que dejé a Doña Tortuga mirando hacia el otro lado…
La noche antes de presentar su maqueta, Martina escuchó unos ruiditos, y se asomó al salón…
—¿Pero qué…? —murmuró al ver a sus muñequitos bailando la conga sobre su escritorio.
—¡Oh-oh! ¡Nos pilló! —gritó Pompón.
—¡Hola, humana! —saludó Doña Tortuga mientras tomaba limonada en una tapita de botella.
—¡Ven a ver el ensayo final! —dijo Pulpo Trompón que comenzó a tocar una melodía tropical.
Martina no podía creerlo. Se tapó la boca para no reírse a carcajadas. Se quedó mirando el show mágico, rodeada de sus amigos de plastilina hasta quedarse dormida en el sofá.
Al día siguiente, presentó su maqueta con una gran sonrisa.
—Aquí está el Océano de la Alegría —dijo mientras mostraba a sus muñequitos.
Todos se rieron cuando vio a Doña Tortuga con las gafas puestas del revés. Solo Martina sabía por qué. Al final, tuvo muy buena nota, y lo más importante… ¡Se lo pasó pipa haciéndola, y viviendo mil y una travesuras mágicas!.
Y colorín colorado, la niña aprendió que cuando pones imaginación y cariño en lo que haces, las cosas pueden cobrar vida de una forma mágica… ¡y muy divertida!.
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