
Había una vez, una soleada mañana de sábado, en la que Tommy se despertó con una sonrisa gigante. ¡Hoy iba a ir a un show de magia con su tía Clara, la más divertida de todo el planeta!. Se puso su camiseta de básquet, sus zapatillas rojas y una gorra con una rana saltarina, ¡porque los magos siempre hacen aparecer ranas… ¿o eran palomas?!.
Cuando llegaron al Museo Mágico del Gran Abracadabra, las luces brillaban, los tambores sonaban y un mago con capa de estrellas anunció:
—¡Bienvenidos al espectáculo mágico más asombroso del universo!.
Tommy aplaudía tan fuerte que casi se le salían los calcetines del sitio. Vio cómo el mago sacaba conejos del sombrero, hacía volar cucharas y convertía globos en palomas que bailaban salsa.
Pero lo mejor vino después.
—Ahora, queridos amigos —dijo el mago guiñando un ojo a Tommy—, ¡abrimos las puertas del Museo Mágico Secreto!.
Las cortinas se abrieron, y tras el escenario… ¡apareció una enorme sala con vitrinas, libros flotantes y varitas que brillaban solas!.
—¿Podemos entrar, tía Clara? —preguntó Tommy con los ojos como platos.
—¡Claro! Pero solo si dices la palabra mágica: Patapúfeteplim.
—¡Patapúfeteplim! —gritó Tommy.
Y ¡zasssss! Entraron al museo, y una luna flotante parlanchina los iba guiando por las diferentes salas.
Había cosas increíbles: la capa invisible del Mago Sneezus (¡nadie sabía dónde estaba porque nadie la veía!), la bola de cristal de la bruja Marujilda que mostraba imágenes de gatitos haciendo magia con cartas, y el bastón del Gran Mago Lingüini, que hablaba con rimas todo el tiempo.
De pronto, una marioneta mágica se movió sola y les dijo:
—¡El mago Travieso ha escapado! ¡Está robando los objetos mágicos! ¡Solo alguien con corazón valiente y mente curiosa puede detenerlo!.
—¡Yo puedo ayudar! —dijo Tommy que ya se sentía todo un héroe.
Tommy y Clara corrieron por pasillos giratorios, subieron escaleras que se movían y cruzaron un puente hecho de cartas voladoras. Por fin, llegaron a la Sala del Truco Eterno, donde vieron al Mago Travieso intentando meter el sombrero volador en su mochila.
—¡Alto ahí, bigotes mágicos! —gritó Tommy.
El mago Travieso se rió:
—¡Jamás me atraparás, soy mago!.
Entonces Tommy tuvo una idea genial. Sacó una pluma que había encontrado antes, la sopló… ¡y salieron mil cosquillas mágicas!. El Mago Travieso se echó a reír tanto que se le cayeron hasta los calcetines, la mochila, ¡y hasta el sombrero al suelo!.
—¡Bravo, Tommy! —dijo la marioneta mágica—. Has salvado el museo, has derrotado al mago Travieso.
Como recompensa, el director del show le regaló a Tommy una moneda mágica que decía: «Por ser valiente, curioso y siempre divertido».
Y colorín colorado, la verdadera magia está en atreverse a hacer las cosas, divertirse aprendiendo y creer que todo es posible si lo haces con el corazón.
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