El Minigolf de las Bolas Gigantes

Había una vez, un pueblecito en la playa que tenía un minigolf mágico, lleno de risas y juegos increíbles que no existían en ningún otro lugar. Un día, dos niños muy aventureros: Kike y Bea, decidieron ir a pasar la tarde a aquel minigolf que habían visto anunciar por la tele. El dueño, un hombre de barba y gafas de sol amarillas les dijo: «¡Bienvenidos al Minigolf de las Bolas Gigantes!. Aquí no hay hoyos normales. ¡Prepararos para lo increíble y nunca visto chicos!.

Kike y Bea se miraron emocionados, dudaron si hacer el nivel medio o difícil, pues eran casi unos profesionales de tanto que les justaba jugar, pero al final pagaron su ticket del nivel medio y les dieron sus palos de minigolf plateados y relucientes. Una vez dentro, nunca había visto algo tan raro: el primer hoyo tenía una montaña rusa de golf, el segundo parecía un barco pirata, y el tercero tenía un gran laberinto de espejos… De pronto, sonó por megafonía un gran pitido y se escuchó: ¡Que comience la aventura!.

El primer hoyo era un enorme castillo con una torre gigante y una montaña rusa que pasaba por dentro. Kike, muy valiente, se adelantó para golpear su bola, pero no había forma de que se metiera en el hoyo después de 19 intentos, en su último intento, se concentró y tiró con todas sus fuerzas, de repente, la bola no se quedó quieta al final de la pista… ¡Entro en la torre por la pequeña puertecita y empezó a rodar por todo el castillo, saltando de vagón en vagón de la montaña rusa como si tuviera vida propia!. Bea gritó:

— ¡Kike, esa bola está haciendo piruetas mágicas! ¿Qué le has puesto polvos mágicos o pilas a la bola?.

— ¡Wow, esta pelota es increíble! —dijo Kike, mientras la pelota parecía que hasta chillaba de la emoción y la velocidad que había cogido en aquella montaña rusa de aquel castillo mágico.

Cuando la bola finalmente cayó al hoyo, la torre empezó a girar como una rueda de la fortuna y, de repente, ¡se abrió una puerta secreta que los llevó al siguiente hoyo!.

El siguiente reto era mucho más difícil. Había un barco pirata de verdad, ¡con velas y cañones!. La bola de golf tenía que atravesar el barco, pasar por debajo de las velas y evitar que un cañón la disparara por los aires.

Bea pensó cómo hacerlo y dio su golpe con mucho cuidado. La bola rodó por la cubierta, de repente, unos pequeños piratas empezaron a perseguirla con sus espadas y pistolas, mientras una gran tormenta caía encima de aquel galeón, pero justo cuando parecía que iba a caer la pequeña bola por la proa al agua, ¡un gran cañón disparó!. Pero en vez de explotar, la bola saltó como un trampolín, se deslizó por la gran vela y aterrizó justo en el hoyo.

— ¡Lo conseguí, que suerte!. ¡Esto es genial, pero estoy llena de humo negro del cañón! —gritó Bea mientras se espolsaba todo lo que les había caído encima, solo se le veían los ojos y los dientes blancos, lo demás era negro humeante… El barco de mientras comenzaba a moverse, la bandera pirata ondeaba y los relámpagos y la lluvia dejaron de caer sobre aquella zona, lo habían conseguido superar. ¡Buf, que peligroso puede ser esto!, dijo Kike un poco asustado mientras también se limpiaba la cara.

Pero el verdadero desafío estaba por llegar. Al llegar al último hoyo, el dueño del minigolf les avisó:

— ¡Atención!. En este hoyo del laberinto de los espejos, las bolas se van a volver gigantes, cada minuto, ¡se agrandarán como pelotas de baloncesto!.

Kike y Bea se miraron asustados. No podía imaginar cómo iban a meter esos bolones tan grandes en el hoyo. Pero antes de que pudieran pensar más, ¡el temporizador comenzó a sonar!: «Tic tac, tic tac…».

— ¡Rápido Kike, golpea la bola, nos quedamos sin tiempo! —gritó Bea.

Justo en el instante en que golpeó la bola, ¡empezó a crecer!. De repente, ¡la bola era tan grande como una pelota de baloncesto!. Era tan pesada que ni Kike ni Bea podían moverla con los palos de minigolf. Pero entonces, ¡la bola comenzó a rodar sola como si fuera una rueda gigante entre el laberinto de espejos!.

— ¡Corre! —gritaron mientras corrían tras la bola, que pasaba de un hoyo a otro como si estuviera jugando al escondite con ellos, mientras tiraba al suelo todo a su paso, botellas de las mesas, copas de cristal, refrescos, hasta rompió algunos cristales del laberinto de aquel hoyo… ¡Esto seguro que aquello no acabará bien!, dijo Bea con las manos en la cabeza.

Después de estar corriendo por todo el minigolf varios minutos, intentando que no se rompiese nada, finalmente, la bola rodó despacito hacia el hoyo y, con un “¡bum!” del contador de tiempo se detuvo y se hizo la bola pequeña de nuevo, ¡y justo… se siguió deslizándose, mientras Bea soplaba y soplaba, y cayó dentro de su hoyo!. Kike y Bea lo celebraron como campeones, pues habían batido el record de terminar todos los hoyos de aquel minigolf mágico; habían tardado sólo ¡seis horas y media!.

Ya de noche, el dueño del minigolf se les acercó y les dio una medalla dorada por haber completado el recorrido completo en menos de diez horas, que es lo que la gente solía tardar en terminar la partida de aquel lugar tan extraño y divertido. Kike y Bea, mientras salían de aquel lugar, se alegraron de haber elegido el nivel medio, pues con el nivel difícil ni se imaginan qué aventuras les habrían pasado en los hoyos más complicados, ¡menos mal!.

Y colorín colorado, cuando la vida te dé bolas gigantes y no sepas qué hacer con ellas… ¡que no te dé miedo hacerlas rodar, y verás como todo lo lograrás!.

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