Había una vez un niño llamado Daniel, que tenía una gran misión en la vida: hacer los deberes del colegio. Ese día, como siempre, después de llegar del cole, se sentó en su escritorio con su lápiz favorito del estuche del cole y se puso a escribir con muchísima concentración los ejercicios de clase que tenía que entregar. ¡Qué aburrido era hacer las tareas!. Pero Daniel no se rendía, tenía que ser un buen estudiante y era muy responsable.

Mientras él estaba allí, muy enfocado en resolver los ejercicios, algo raro ocurrió: un pequeño movimiento en la esquina de la habitación, cerca de la ventana. Daniel no lo vio bien, pero algo se movió… De pronto, ¡vio una sombra!, y se quedó completamente paralizado. ¿Qué era eso? ¡Seguro que es un fantasma!.

“¡Ay noooo, un fantasma!”, pensó Daniel, y su corazón comenzó a latir muy rápido. Su lápiz, que había estado en su mano todo el tiempo, empezó a moverse solo. Daniel miró de reojo y vio cómo el lápiz se levantaba, ¡y le salían dos pequeñas patitas!.

«¿Qué pasa, lápiz? ¿Te has vuelto loco?» dijo Daniel, asustado.

Pero para su sorpresa, el lápiz le respondió con una voz aguda y juguetona:

— ¡Hola, Daniel!. Soy Lapi, el lápiz mágico. ¿Sabías que lo que dibujes con este lápiz se convierte en realidad?.

Daniel abrió los ojos como platos, pensando que el gran sorpresón no podía ser verdad.

— ¿En serio? — preguntó, sin creer lo que estaba escuchando.

— ¡Claro! — respondió Lapi, saltando de un lado a otro como si estuviera emocionado — ¡Vamos a probarlo!.

Daniel, ya menos asustado, pero aún un poco confundido, pensó en algo divertido. Con su lápiz, comenzó a dibujar una pirámide de helado con un montón de bolas de diferentes colores y sabores. ¡Y de repente! ¡Zas!. Ante sus ojos, apareció una gigantesca pirámide de helado flotando en su cuarto.

— ¡Mira eso! — exclamó Daniel, riendo a carcajadas.

El helado era tan grande que casi tocaba el techo, y había tanto que Daniel no sabía por dónde empezar a comer. Pero antes de que pudiera hacer una cucharada, Lapi le dijo:

— ¡No te olvides de lo más divertido! ¡Sigue dibujando!.

Entonces Daniel dibujó una montaña rusa enorme, y al instante, apareció justo frente a él. Sin pensarlo, subió a la montaña rusa con Lapi y comenzó a dar vueltas por todo su cuarto, hasta se colaron al piso de abajo por la ventana de la cocina, subiendo y bajando, luego llegaron al salón, subiendo y bajando entre libros, cuadernos, cojines, cortinas…

— ¡Esto es lo mejor que me ha pasado! — gritó Daniel, mientras giraba a toda velocidad.

Después, pensó en algo aún más emocionante: dibujó un hipopótamo volador. En menos de un par de segundos, el raro animal con alas gigantescas apareció, haciéndolo volar por todo su cuarto.

— ¡Sujétate fuerte, Daniel! — gritó Lapi mientras se colaba entre las nubes de papel que flotaban por el aire.

Pero como todo tiene su límite, en un momento el hipopótamo volador se deshizo en chispas de colores y Daniel cayó suavemente sobre su cama, riendo sin parar.

— Esto es increíble, pero ya es hora de hacer los deberes de verdad — dijo Daniel, mirando la montaña de ejercicios que aún tenía que hacer.

— ¿Deberes? ¡Qué aburrido! — exclamó Lapi, y con un pequeño saltito, aterrizó sobre el escritorio de Daniel. — ¿Por qué no sigues dibujando algo divertido en lugar de hacer los deberes?.

Daniel se quedó pensativo, pero al final dijo:

— ¡Tengo una mejor idea! Voy a dibujar una máquina que haga los deberes por mí.

Con una sonrisa traviesa, Daniel dibujó rápidamente una máquina gigante de hacer deberes, y en un abrir y cerrar de ojos, ¡la máquina apareció!. Empezó a escribir y resolver todos los ejercicios de manera rápida y perfecta.

— ¡Sí! ¡Eso sí es magia! — dijo Daniel, mientras se tumbaba en su cama a descansar.

Y así, gracias a su lápiz mágico, Daniel pasó una de las tardes más divertidas de su vida, y aunque al final hizo todos los deberes, no olvidó nunca que con un poco de imaginación y un lápiz, ¡pueden pasar cosas muy, pero que muy chulas!.

Y desde ese día, siempre que se aburría, Daniel sacaba su lápiz y dibujaba algo nuevo…

Y colorín colorado, quién sabe qué otra aventura le espera la próxima vez con sus mágicas ideas, porque… ¡si lo puedes imaginar, lo puedes crear!.

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