
Había una vez un niño llamado Jack, que un día decidió jugar a su consola favorita. Estaba tan emocionado que, sin saber cómo, comenzó a saltar mientras jugaba. Al principio pensó que era algo raro, pero como iba ganando pensó que era de la emoción, pero… ¡de repente, ocurrió lo increíble!.
El televisor comenzó a brillar con luces de colores y, ¡zaaaaas!, Jack fue absorbido por la pantalla. De repente, ¡estaba dentro del juego!. Se encontraba en un mundo lleno de criaturas mágicas, monstruitos simpáticos y montañas gigantes. El personaje que controlaba saltaba por los paisajes de colores brillantes, ¡y Jack decidió saltar también!.
Al saltar, ¡empezó a volar como un superhéroe!. Se elevó por encima de un castillo flotante, esquivando dragones que no escupían fuego, sino chistes malísimos que daban mucha risa. «¿Por qué el libro de matemáticas se deprimió? ¡Porque tenía demasiados problemas!», uno de ellos gritó mientras pasaba volando por su lado. «¿Por qué el semáforo nunca juega al escondite? ¡Porque siempre se pone rojo cuando alguien lo está mirando!, dijo otro al pasar.
Jack no podía evitar reír mientras saltaba más alto. Cada vez que aterrizaba, el suelo temblaba como si fuera una fiesta de rebotes, ¡y todo el paisaje cobraba diferentes vidas a cada salto, era mágico!.
Jack no se detuvo. ¡Quería más aventuras!. Saltó hacia un río de chocolate, donde los peces jugaban al escondite entre las sabrosas burbujas. “¡Aquí voy!” gritó Jack mientras saltaba sobre un puente hecho de caramelos de todos los colores. De repente, una sombra gigante apareció frente a él. ¡Era un monstruo de nubes de algodón de azúcar de color azul, gigante y esponjoso!. El monstruo levantó una pata de nube y dijo con voz grave: “¡Salta más alto que yo si puedes!”.
Jack, con el corazón lleno de emoción, aceptó el reto. ¡Tendría que saltar más alto que una nube gigante!. Con un grito de alegría, Jack saltó tan alto que tocó las estrellas con sus manos que hasta se pinchó, pero aún subió más y más, hasta sentir el viento helado del espacio, que hasta un meteorito rozó su cara. Finalmente, se lanzó hacia abajo con un aterrizaje perfecto, aterrizando sobre una nube suave y esponjosa que lo recibió como un colchón super cómodo.
El monstruo de algodón, impresionado, dio una vuelta de alegría y exclamó: “¡Vas a ser el mejor saltador de este mundo virtual!. Toma, una medalla de oro, mira, tiene hasta inscripción: Primer ganador del mejor salto de nubes del mundo mundial.” Jack miró la medalla alucinando, brillante como el sol, y sintió una gran alegría.
Pero justo cuando pensaba que todo había terminado, el mundo del juego comenzó a girar a su alrededor, como una rueda de colores a gran velocidad. Las montañas comenzaron a moverse, los árboles bailaban, y los dragones reían como si estuvieran en una fiesta. ¡Y de repente, ploooooop!. Jack se encontró de vuelta en su habitación, sentado en su sofá con la consola en las manos.
Miró la pantalla con una sonrisa gigante. Allí, justo en medio de la pantalla, flotaba la medalla dorada. “¡Soy el mejor saltador virtual del mundo!” pensó, mientras se tumbaba en el sofá agotado pero muy feliz.
Desde ese día, cada vez que jugaba a su consola, Jack saltaba un poco más alto, y si cerraba los ojos, podía sentir que volvía al mundo mágico. ¿Quién sabe qué otras aventuras le esperaban al próximo salto?. Jack no tenía dudas: ¡con cada salto, el universo estaba lleno de sorpresas listas para ser descubiertas!.
Y colorín colorado, este cuento de aventuras virtuales ha terminado.
¿Te has quedado con ganas de otro cuento?. Haz click aquí para leer más cuentos