La leyenda de la Fuente de los Patos

Había una vez, en un parque de un pueblo muy lejano, una fuente que tenía una chapa dorada con cuatro tornillos, en la que ponía «La Fuente de los Patos Locos».

Todo aquel que pasaba por aquel lugar se hacía la misma pregunta: ¿Qué significará esta placa?. Una mañana de domingo, un grupo de patos que vivían en aquel bonito parque hicieron una excursión a esta fuente para descubrir lo que significaba aquella extraña placa. De pronto, uno de los patitos, el más joven, tuvo una gran idea, reunió a todos en un corro y les dijo: «Mi bisabuelo, el gran Patón, me contó una vez una historia sobre unos patos que se reunían aquí por la noche todos los domingos, y hacían un concurso de saltos en una fuente, pero saltos ¡que eran muy locos!. Yo siempre me lo tomaba a risa, pero… ¿Y si es una leyenda que existió de verdad?». Todos los patitos alucinaron, hasta que Kuak, el pato más valiente de todos, dijo: «¡Pues comprobemos que hay de verdad, y hagamos historia de nuevo con los saltos más divertidos de todas las épocas ‘patotienses’ del mundo mundial!».

Kuak, que tenía una gran cresta roja en la cabeza, fue el primer pato en comenzar el campeonato de la Fuente de los Patos Locos, y decidió que lo más original sería hacer un salto acrobático como un superhéroe. ¡Saltó tan alto que casi tocó las nubes!. Pero, en lugar de aterrizar con elegancia, hizo un «¡PLOOOOF!» tan ruidoso que levantó una ola gigante, ¡y todos los patos fueron lanzados por el aire!. Kuak aterrizó de cabeza en el agua, ¡con una flor en la cabeza y una risa tan fuerte que casi se le caen las plumas de su cola!. «¡De poco me mato, pero eso estuvo fabuloso, que divertido!», dijo mientras se sacudía el agua de encima.

La siguiente en participar fue Lulú, la pato con más gracia del lago. ¡Ella iba a hacer una pirueta triple!. Pero justo antes de saltar, de la fuerza que hizo… ¡se le escapó un pedete tan fuerte que hasta los árboles se inclinaron hacia el lago!. ¡Racapuuuuuum, plaaaaaagggh!. ¡El eco resonó por todo el lago!. Los peces que estaban durmiendo saltaron del susto, hasta alguna ardilla se cayó al suelo desde lo alto del árbol para ponerse a salvo, pensando que había un gran terremoto. Los patos rieron a carcajadas y Lulú, roja como un tomate, decidió hacer de eso su propio truco especial. «¡Soy la campeona de los pedetes musicales!», exclamó mientras todos la aplaudían y ella se espolsaba como si nada el agua de sus plumas saliendo airosa y natural de aquella situación.

Luego, llegó el turno de Tito, el pato más pequeño del grupo, que estaba tan nervioso que casi no podía nadar en línea recta. «¡Voy a cantar una canción para tranquilizarme!», dijo Tito mientras hacia dos respiraciones para dentro y ocho para afuera. Pero en lugar de cantar algo bonito, Tito empezó a hacer ruidos de «¡CUACaaaauuhhhh, CUACohhhyeaahhh, CUCACuuuuuhhh!», tan extraños que hasta las palomas acudieron a la fuente para ver qué es lo que pasaba y si una pobre golondrina estaba siendo comida por un lobo feroz o un oso gigante de las montañas. Los árboles se tambaleaban de tanto reírse, y de repente, todos los patos se unieron en un enorme «CUAC-COROooooOOOhhh» que sonaba como una orquesta de patos desafinados de esos que dan dolor de cabeza al oírlos. ¡La risa fue tan contagiosa que hasta el sol de aquel día se puso a reír!.

Por último, llegó Ramona, la pato más serio y elegante del lago. Todos pensaban que ella sería la más tranquila, pues con sus tacones rojos no podría darse mucho impulso en el salto… ¡pero no!. Ramona, al intentar dar un paso elegante, ¡se resbaló con una cáscara de plátano que un niño había dejado olvidado allí!. La pato con su pata hizo un giro en el aire, dio una voltereta como si fuera una montaña rusa sin control, ¡y cayó de espaldas en el agua con un “¡Splaaaaash!” tan enorme que mojaron a todos los patos que allí habían, hasta mojó a las hormigas del suelo en un radio de ocho metros a la redonda!. «¡Eso sí fue un aterrizaje forzoso y espectacular!», dijo Ramona mientras se reía junto con todos los demás y se volvía a encajar bien sus taconcitos rojos.

Después de tanta diversión, el jurado (que era un pato con una pajarita y un pez con gafas con bigote) decidió que… ¡todos ganaban!. ¡Kuak, Lulú, Tito y Ramona recibieron sus medallas doradas de croissant!, sí un dibujo de croissant, porque a los patos les vuelve locos los croissants. Y para celebrarlo, todos hicieron una fiesta en la que comieron croissants de pistacho, de fresa, de chocolate, mientras jugaban a refrescarse en aquella divertida fuente de la placa dorada haciendo de nuevo historia.

Y colorín colorado, aquellos patitos descubrieron que lo más importante es disfrutar de las pequeñas cosas que tenemos, y reírse mucho y ser uno mismo aunque las cosas no salgan tan bien como esperamos, sin tener miedo a hacer piruetas locas o ¡cantar como pato desafinado!.

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