
Era una tarde soleada y llena de energía. Hugo, con su camiseta verde de la suerte, corría como un rayo hacia la pista del parque. ¡Hoy tocaba jugar al Colpbol con sus compañeros de clase!. Todos estaban allí: Sofía, la más rápida; Nico, que siempre hacía reír a todos; y Clara, que lanzaba la pelota como un torbellino.
Pero justo cuando empezaban a calentar, una nube de polvo brillante bajó del cielo y se posó sobre la pista.
—¿Qué es eso? —preguntó Hugo rascándose la cabeza.
De pronto, del polvo surgió un duendecillo con prismáticos, montado en un balón blanco y con rayas verdes.
—¡Saludos, jóvenes atletas! Soy Trinku, el Guardián del Colpbol Mágico —dijo con voz chillona—. He venido a proponeros un reto: ¡si ganáis el partido contra los Animabots, tendréis un premio increíble!
—¿Animabots? —preguntó Sofía.
—¡Sí! ¡Robots con forma de animales que juegan al colpbol como verdaderos campeones!.
Sin pensarlo, todos gritaron:
—¡Aceptamos el reto!.
Y… ¡PLOF!.
La pista del parque se transformó en un estadio mágico flotando sobre un bosque encantado. Las porterías tenían luces que parpadeaban, y el balón tenía alas y flotaba cuando no lo tocaban. ¡Qué locura!.
Enfrente de ellos aparecieron los Animabots:
-
Un gorila de metal con guantes gigantes.
-
Una jirafa robot que alcanzaba todos los saques altos.
-
Y un pingüino con patines a reacción. ¡Era imposible saber por dónde venía!.
—¡Vamos equipo! —gritó Clara—. ¡Usad vuestras mejores jugadas, podemos con ellos!.
El partido comenzó con emoción. Hugo esquivó al pingüino sin que lo atropellase, Sofía le dio un salto mortal al balón, Nico hizo una voltereta y golpeó con el codo (sin querer, claro, era el codo o con los dientes), y Clara anotó el primer gol con un grito de alegría.
Pero los Animabots no se quedaban atrás. El gorila paraba todos los tiros, la jirafa daba pases desde las nubes, ¡y el pingüino hizo un gol girando como un tremendo tornado!.
—¡Necesitamos algo más! —dijo Hugo jadeando.
Entonces, Trinku apareció flotando sobre su balón:
—Recordad, la magia está en el equipo, no en la fuerza.
Entonces a Clara se le ocurrió algo:
—¡Pasadla sin parar! ¡Como una gran tormenta de toques!.
Y así lo hicieron. Pasaron la pelota a toda velocidad: Sofía a Nico, Nico a Hugo, Hugo a Clara… ¡y golazo desde medio campo!.
El marcador se puso 5-5. Faltaban 10 segundos.
El balón mágico volaba, los robots chillaban en código binario, los niños sudaban como si estuvieran en un volcán, y justo en el último segundo…
¡¡Hugo dio un salto, golpeó el balón con la frente y…!!.
¡GOOOOOL!
El estadio explotó en fuegos artificiales de colores, y los Animabots se quitaron los cascos y aplaudieron con respeto.
Trinku bajó del cielo, sonriente:
—¡Habéis ganado! Y el premio es… ¡una pista mágica que aparecerá siempre que queráis jugar juntos allá donde estéis!.
Y con un parpadeo, todo volvió a la normalidad. Estaban en el parque de nuevo, pero ahora la pista tenía unas líneas doradas brillando en el suelo. Desde ese día, cada vez que jugaban al colpbol juntos, sentían que el balón tenía un poco de magia.
Y colorín colorado, así, los niños aprendieron que jugar en equipo y confiar en tus amigos es más poderoso que cualquier fuerza mágica. Porque cuando todos suman su esfuerzo, se pueden lograr cosas imposibles y seguramente muy divertidas.
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