
Había una vez un niño llamado Noah, que vivía en un enorme pueblo rodeado de montañas que parecían querer abrazar el cielo y con bosques tan misteriosos que algunos decían que los árboles hablaban (pero solo cuando no los mirabas). Noah era un niño muy curioso, siempre haciendo preguntas como: “¿Por qué los plátanos no pueden cantar?” o “¿qué pasaría si las vacas pudieran volar?”. Pero había un pequeño problema… ¡le temía a los exámenes!.
Un día, su profesora, la señorita Mariana (quien siempre llevaba unos zapatos tan brillantes que era como si caminara sobre rayos de sol), anunció con una sonrisa misteriosa que se acercaban los exámenes más difíciles del año. “¡Son exámenes de superhéroes!”, dijo, levantando una ceja como si supiera algo que Noah no sabía. Noah se puso más nervioso que un gato en una tienda de perros. Pensó en todo lo que tenía que estudiar: matemáticas (¿y si los números se rebelan?), ciencias (¿acaso los átomos se van a volver locos?), historia (¿y si las pirámides de Egipto empiezan a rodar por las calles?) y ¡hasta ortografía!, “¿y si me olvido de todo y acabo escribiendo con mayúsculas todo el examen?”, pensaba mientras miraba sus libros.
Pero esa misma tarde, después de comer su sándwich de jamón y queso (que por alguna razón siempre se le caía al suelo con el queso hacia abajo), Noah tuvo una gran idea. Se levantó de su silla, miró al cielo como si quisiera ver una estrella fugaz, y dijo: “¡Voy a convertirme en un superhéroe!. ¡Sí, en un superhéroe del estudio!”. Decidió que, en lugar de preocuparse, haría de cada asignatura fuera una gran aventura para terminar llegando orgulloso a la cima.
Día 1: La Batalla de los Números
El primer día, Noah se enfrentó a las matemáticas. “¡Tengo que derrotar a los monstruos de los números!”, pensó mientras miraba los problemas de la página como si fueran dragones malvados. Así que, con lápiz en mano, comenzó a resolver las ecuaciones. Cada vez que acertaba una respuesta, un monstruo de número desaparecía. ¡Fue grandioso!. Cuando terminó, Noah había vencido a todos los monstruos y, lo mejor de todo, ¡domaba las tablas de multiplicar como un experto en kung-fu!.
Día 2: La Aventura en el Bosque de las Ciencias
Al día siguiente, era el turno de las ciencias. Noah se adentró en un bosque tan raro que, en lugar de flores, crecían… ¡fórmulas químicas!. “Este es el Bosque de los Conocimientos,” dijo mientras esquivaba una planta que tenía la forma de un microscopio. Cada planta que identificaba le daba poderes de sabiduría, y cada animal extraño que encontraba lo hacía más fuerte. Al final del día, salió del bosque con tanto conocimiento sobre el cuerpo humano y los planetas que se sentía capaz de hablar con extraterrestres (o al menos de ganar en un concurso de preguntas sobre el espacio).
Día 3: Viaje al Imperio Romano
El tercer día, llegó el momento de la historia. Noah subió a una máquina del tiempo tan antigua que sonaba como una aspiradora muy enfadada y escacharrada. Lo llevó a la antigua Roma, donde se vio rodeado de soldados que llevaban sandalias y emperadores que parecían tener más peinado que cerebro. “¡Tengo que aprender sobre ellos para salvar el imperio!”, pensó mientras trataba de esquivar a un gladiador que no dejaba de preguntar sobre la fecha del examen. Después de muchas aventuras (y de haber evitado un chiste de César sobre pizza), Noah se convirtió en un verdadero historiador, capaz de hablar sobre batallas y emperadores con más confianza que un loro en un concurso de canto.
El Gran Examen
Finalmente, llegó el gran día del examen. Noah estaba nervioso, pero también lleno de valentía por todas las aventuras que había vivido en su cabeza estudiando. Cuando la señorita Mariana les entregó los exámenes, Noah se puso su capa invisible de superhéroe (que, curiosamente, nadie más podía ver) y comenzó a escribir con una confianza desbordante. Las preguntas eran difíciles, pero él había derrotado a los monstruos de los números, explorado el bosque de las ciencias y viajado en el tiempo. ¡Nada podía detenerlo!.
Cuando terminó, entregó su examen con una gran sonrisa (y con una pizca de confeti que había encontrado en su mochila para ¡tirarlo al salir por la puerta de clase y celebrarlo!). La señorita Mariana lo miró sorprendida. “¡Vaya Noah, has hecho un trabajo increíble!”, exclamó, tan impresionada que casi se le cae el bolígrafo del asombro. Y no solo eso, ¡Noah aprobó con notas altísimas en todos los exámenes!.
Noah no podía creerlo. Había superado su miedo, y había demostrado que, cuando uno se enfrenta a los desafíos con valentía y un poco de locura, ¡todo es posible!.
Y colorín colorado, ya sabes, nunca tengas miedo a superar cualquier reto. Si te preparas, buscas la forma de divertirte haciéndolo y no te rindes, ¡puedes superar cualquier obstáculo, incluso los más difíciles!. Y recuerda, ¡un poco de concentración, confeti, imaginación, salsa, alegría… y lo que tu quieras ponerle… ¡siempre ayuda!.
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