Había una vez un niño llamado Pablito, un chico de 9 años que tenía un gran sueño: ¡ser el campeón de las piruetas más locas del mundo!. Pero no cualquier campeón, no, él quería ser el más rápido y el más divertido. ¿Y qué necesitaba para eso?. ¡Una bicicleta increíble y su casco mágico!. Bueno, en realidad no era mágico, pero Pablito siempre decía que lo era porque su casco tenía una estrella dorada en la parte de atrás que brillaba cuando hacía algo realmente asombroso.

Cada tarde, Pablo se subía a su bicicleta, que era tan rápida que casi volaba, y se dirigía al Gran Circuito de Saltos Superlocos de su ciudad, el lugar donde practicaba todas sus piruetas. Ese circuito tenía rampas altísimas, saltos gigantes, y hasta una curva que parecía un espiral de espaguetis. ¡Era el lugar perfecto para un niño con grandes sueños de velocidad y saltos grandiosos!.

Un día, Pablito decidió que iba a hacer algo que nunca antes había intentado: ¡un salto mortal con vuelta de campana hacia delante!. Pero había un pequeño problema: ¡nunca había hecho un salto mortal!. Pero Pablito no se preocupaba, porque sabía que con su casco mágico lo conseguiría.

—¡Allá voy! —gritó mientras pedaleaba a toda velocidad. Su bicicleta rugió como un león y saltó de la rampa con tanta fuerza que pareció volar por un segundo. Pablito cerró los ojos, giró en el aire como un torbellino y… ¡pum! ¡Cayó de espaldas!. Pero lo más divertido de todo fue que aterrizó en el colchón lleno de patitos de goma inflables. ¡Ni un rasguño!.

Los patitos de goma inflables comenzaron a saltar como locos, ¡y Pablito también se puso a saltar con ellos!. El casco brillaba con tanta fuerza que los patitos empezaron a bailar alrededor de él, haciendo una coreografía que parecía sacada del video musical de la canción de La Macarena. Pablito no paraba de reírse y dijo:

—¡Esto es más divertido que el salto mortal triple! Pero no voy a rendirme, ¡quiero más piruetas!.

Así que decidió probar algo aún más loco: ¡una pirueta doble, con salto y voltereta hacia atrás, y luego hacia delante!. Su bicicleta despegó del suelo como un cohete, y mientras giraba en el aire, ¡el casco brilló tan fuerte que pareció lanzar rayos de luz como si fuera un superhéroe!. Pablo estaba tan emocionado que ni siquiera se dio cuenta de que había aterrizado sobre un enorme montón de almohadas, y cuando se levantó, su bicicleta se había quedado atrapada entre los almohadones como si fuera una silla de montar a caballo.

—¡No me detengo, voy a por más! —dijo Pablito, sacudiéndose las plumas de las almohadas.

En su último intento, se lanzó por la rampa más alta del circuito, pero en lugar de hacer una pirueta normal, decidió… ¡hacer una pirueta mientras se cubría la cara con los codos!. Nadie sabía cómo, pero su casco comenzó a girar como una peonza mientras Pablito volaba por el aire y sus piernas se enredaban en el manillar. ¡Todo era un caos de risas y giros!. Finalmente, aterrizó suavemente sobre una gran lona con dibujos de legos, y el casco salió disparado al cielo, ¡como un cohete espacial!.

—¡Lo logré! —gritó Pablo, abrazando su casco, que ahora parecía más brillante que nunca—. ¡Soy el rey de las mil piruetas!.

Y así, Pablito, con su casco volador y su bicicleta que parecía un avioneta de acrobacias, en vez de una bici, se convirtió en el campeón de las aventuras más locas del Gran Circuito de Saltos Superlocos. Cada día, hacía piruetas más absurdas, saltaba más alto y se reía más fuerte. Y aunque siempre terminaba aterrizando en algo extraño, como una pila de peluches o un colchón de patitos inflables, lo más importante era que se divertía muchísimo.

Desde ese día, Pablo decidió que su único objetivo en la vida, por las tardes, era… ¡seguir haciendo las piruetas más divertidas del mundo!. Porque, como él siempre decía:

—¡No importa si caigo, lo que importa es la risa que me llevo, y siempre volver a levantarse!.

Y colorín colorado, Pablito se despertó con el ruido de la persiana de su gran sueño, eso sí, un poco mareado de tantos saltos y piruetas.

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