El gran apagón y la radio de «La Pili»

Había una vez, en un pueblo alegre y lleno de niños curiosos, un día que empezó como cualquier otro: con pajaritos cantando, tostadas calentitas y dibujos animados en la tele. Pero justo cuando Leo, un niño de cinco años con el pelo alborotado como una escoba, se sentó con su taza de cacao… ¡PUM! ¡Se fue la luz!.

—¿Mamá? —preguntó Leo—. ¿Qué ha pasado?.

—No lo sé, Leo. Parece que no hay electricidad. No funcionan los enchufes, ni la nevera, ni la televisión…  volverá en un rato seguro—dijo su madre, mirando alrededor con cara de sorpresa.

Leo fue corriendo al cargador del móvil. Nada. Probó encender la tablet. Nada. ¡Ni siquiera el microondas hacía «ding»!.

—¡Esto es una catástrofe tecnológica, se van a caer los ovnis encima de los rascacielos! —gritó Leo usando una palabra que había escuchado en un dibujo animado.

Pero entonces, alguien llamó a la puerta. ¡Era la vecina Pilar, con su gran radio de pilas colgada del hombro y una sonrisa gigante!.

—¡Tranquilos todos! ¡La radio de «La Pili» os salvará, os voy a dar un palizote al Monopoly! —dijo con voz de heroína.

Encendió la radio, que empezó a hablar:
«Buenos días, vecinos del mundo. Hoy hay un apagón general. Pero no teman, no habrá una invasión zombi, ni se acabará el mundo, así que la vida sigue, pero… ¡sin enchufes!».

—¿Y ahora qué hacemos sin tele, sin móvil y sin luz? —preguntó Leo bajando las orejas como un perrito triste.

—¡Jugamos! —dijo su madre—. ¡Vamos a hacer cosas divertidas, como siempre hacemos!.

Primero, sacaron el hornillo de camping, ese que siempre olía a aventuras. Cocinaron macarrones con tomate y salchichas que saltaban en la sartén como si bailaran flamenco. Después, se sentaron en el suelo con Pilar, que les puso música por la radio, y todos bailaron hasta quedar como patitos mareados.

Más tarde, papá sacó una linterna y contaron historias de monstruos chistosos debajo de una manta, como si fuera una cueva. Leo inventó uno que se llamaba “El Tragamóviles”, que se comía todos los móviles del mundo para que los niños jugaran más con sus papás.

Cuando llegó la noche, y todo estaba oscuro como un gato con gafas de sol, encendieron velas y jugaron a las sombras chinas en la pared. Una sombra parecía un conejo ninja, otra un dinosaurio con tutú.

Leo se rió tanto que le dolía la barriga.

Antes de dormir, abrazado a su gato albóndiga y a mamá, dijo:

—¿Sabes qué? Hoy ha sido el mejor día sin luz del universo entero.

Y colorín colorado, a veces, cuando el mundo se apaga, se enciende algo mucho más bonito: el tiempo con la familia. Y mientras estemos juntos, ¡todo estará bien!.

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