El fantasmita humeante que no sabía escuchar

Había una vez, en el Reino de los Teléfonos Parlantes (donde hasta los enchufes murmuraban secretos electrónicos), una niña llamada Adriana y un fantasmita llamado Paco.
Paco no era un fantasma normal que da sustos… no, no. ¡Era un fantasma que hablaba más que una radio con pilas nuevas!. Pero tanto, tanto, que a veces no dejaba hablar a nadie.

Adriana era una niña muy simpática, con orejas bien entrenadas de tanto escuchar a todo el mundo. Pero cada vez que hablaba con Paco por teléfono, el pobre aparato echaba humo. ¡Bla bla bla! ¡Y más bla sin fin!. Era como hablar con una lavadora que nunca acababa el centrifugado.

Un día, a las tantas de la noche, Paco se despertó sobresaltado. Había soñado que estaba atrapado en una fiesta de globos parlantes que no paraban de gritar: “¡Habla menos! ¡Escucha más y a vivir, que ya es hora!”.
Pero él, como siempre, hacía lo contrario.

Asustado, decidió escribirle a Adriana con su plumita de fantasma (que hacía ruiditos de plim plim plim cada vez que escribía algo raro).
“Hola Adriana,” escribió, “siento escribirte tan tarde, pero me he dado cuenta de que hablar contigo más de 3547 minutos me deja el cerebro como una montaña rusa con 9 loopings. Cuando te dije que necesitaba un descanso… era porque estuve 10 días en la fiesta de los Gritos, y necesitaba silencio. Pero ya no quiero descansar”.

Adriana, al recibir el mensaje, suspiró con alivio. Ella se lo pasaba bien con Paco… pero solo cuando era un fantasmita calmado y agradable, que sabía escuchar, se reía y no hacía ruidos como de tren fantasma todo el rato. Pero, últimamente, hablar con él era como tener una tormenta dentro de la cabeza, con relámpagos, truenos y una bandada de gaviotas dando vueltas sin parar.

Así que le respondió:

—Tranquilo, Paco. Ya me di cuenta. Te pones nervioso, gritas como una cabra en patinete y no dejas hablar. No pasa nada. A veces los fantasmas desaparecen, y eso es lo mejor que puede pasar.

Entonces Paco soltó otra bomba de humo (literalmente, porque al terminar el mensaje, su habitación se llenó de una neblina negra con olor a palomitas quemadas):

“Además, ya no quiero jugar contigo. Me voy a jugar con otro fantasmita del pasado… la fantasmita Rogelia. Me hace regalos con cajitas misteriosas y eso me encanta”.

Adriana se quedó tiesa como una estatua un segundo… y luego empezó a reír:
—¡Un triángulo fantasmil! —dijo entre carcajadas—. Paco, te pareces a un truco malo de magia. Y mira tu nube, deberías de llevarla al taller, está echando humo como el de la barbacoa mal hecha de la vecina del octavo: negro, con mucho ruido y apestoseante, como a palomitas quemadas.

Pero en vez de seguir hablando y perder más tiempo, Adriana hizo algo genialísimo: Agarró su varita de energía positiva (que iba con pilas, hacía luces de colores y decía frases estupendas), la agitó y dijo:

—¡Fuera lo que no suma! ¡Chas!. Gracias, fantasmita, por enseñarme a ver a través del humo. Ahora respiro mucho mejor. Hasta huele a chicle de sandía por aquí.

Y así, Adriana siguió volando feliz por el Reino de los Teléfonos Parlantes, con su orejitas tranquilas, sus pensamientos en orden y su corazón limpio como un globo reluciente sin cuerda. Mientras tanto, Paco se alejaba flotando en su nube negra humeante, buscando a alguien que quisiera escucharlo contar su lista de ideas para colonizar Plutón y Saturno en patinete.

Y colorín, colorado… ¡el fantasmita parlanchín se ha evaporado!. A veces, hay personas que hablan tanto, que te dejan sin aire, sin espacio… y sin ganas. Escuchar es tan importante como hablar, y quien no te deja ser, no merece estar. Así que… rodéate de quien te escuche con el corazón, te valore con hechos, y no hable como una cotorra con megáfono. Porque cuando dejas atrás el ruido que no suma… ¡empiezas a volar más alto que nunca!.

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