
Había una vez, un soleado día de Carnaval en la gran ciudad, donde todos se preparaban para el desfile más divertido y esperado del año. Los niños se habían puesto sus disfraces más coloridos y divertidos, llenos de lentejuelas, plumas y purpurina. Pero entre todos, había una niña que se destacaba especialmente: se llamaba Clara, y su traje de reina de los unicornios era el más bonito de todos.
Clara se sintió tan emocionada que no podía esperar a que comenzara el desfile. Pero justo cuando estaba a punto de salir, algo extraño ocurrió: su corona, que estaba hecha de estrellas brillantes, comenzó a caer. ¡Y luego, su falda de arco iris empezó a deshacerse!. Clara, nerviosa, trató de arreglarlo, pero el traje parecía desmoronarse más y más.
-¡Oh, no! —exclamó Clara, mirando su traje deshecho—. ¡Mi disfraz ya no sirve!.
Pero no estaba sola. Sus amigos, Hugo el payaso, Lucía la hada y Pedro el ninja, corrieron al rescate.
—¡No te preocupes, Clara! —dijo Hugo, que siempre tenía una sonrisa en la cara—. ¡Juntos los arreglaremos!.
Lucía, con sus alas de mariposa, sacó una gran bolsa de chuches que llevaba en la mano que habían repartido al inicio del desfile. Dentro había palitos de regaliz, chicles de diferentes colores y gomitas con forma de collares comestibles.
—¡Chicos, mira lo que tengo, el kit de supervivencia de cualquier Carnaval! —gritó Lucía, mostrando su bolsita.
—¡Podemos usar estos chicles para pegarlo todo! —sugirió Pedro, que estaba tratando de armar la corona.
Y así, mientras la música seguía sonando y ellos seguían bailando sin perder el ritmo, comenzaron a trabajar en equipo. Usaron los palitos de regaliz para reconstruir la falda de Clara, pegando los chicles de fresa para que quedara bien sujeta. Con las gomitas, ataron y decoraron su traje, creando una capa de colores brillantes que hacía que Clara brillara aún más. Y lo mejor de todo, ¡le pusieron una nueva corona de reina de los unicornios, que hasta tenía un gran cuerno en forma de cucurucho de fresa que traía la bolsa de golosinas!.
—¡Listo, todo bien sujetado! —dijo Hugo, admirando su obra maestra—. Ahora estás más bonita que antes, Clara. ¡Y mucho más divertido y original!.
Clara miró su nuevo traje y no podía creer lo bien que había quedado. ¡Era incluso más bonito que el primero!. Estaba llena de colores, chicles y gomitas de arriba a abajo, y brillaba más que las estrellas del mismo cielo.
—¡Gracias, chicos! —exclamó Clara, abrazando a sus amigos—. ¡Lo logramos juntos!.
El desfile siguió su recorrido y Clara caminó feliz, rodeada de risas y aplausos, hasta ganó el primer premio del Concurso de Disfraces. Todos los niños del pueblo admiraban su disfraz, y los tres amigos estaban alegres y contentos por haber podido ayudar a su amiga, y pasar juntos un día inolvidable para el recuerdo.
Y colorín colorado, Clara se sintió más orgullosa de que nunca, no solo por ganar con su disfraz, sino porque había aprendido algo muy valioso: que con un poco de creatividad, la ayuda de los amigos y una actitud positiva, todo se puede transformar en algo mejor de lo que imaginas.
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