
Había una vez un niño llamado Fran que tenía una gran imaginación y una caja llena de bloques de construcción de todos los colores del arcoíris.
Un día, mientras jugaba en su habitación, decidió construir un coche con los bloques, pero no un coche cualquiera, sino un gran cochazo. Usó piezas azules y blancas para el techo, rojas para las ruedas, amarillas para los faros y una enorme pieza verde para el volante. Cuando terminó, se cruzó de brazos y dijo con una sonrisa:
—¡Mi coche está listo para una aventura mágica!.
Y justo en ese momento…
¡ZAS!.
Los bloques brillaron como estrellas fugaces y el coche se movió solito.
—¡BROOOM! —rugió el coche—. ¡Hola, Fran! ¿Vamos a dar una vueltecita mega ultra galáctica?.
Fran se quedó con la boca abierta y luego se echó a reír.
—Pero, ¡¿Qué haces hablando?!.
—¡Y también vuelo chaval! —dijo el coche dando un saltito—. ¡Súbete, capitán Fran!.
Fran subió de un brinco y el coche mágico voló alrededor de su habitación. Pero, al pasar por la puerta del armario… ¡entraron en un mundo nuevo!.
De repente, su habitación se había convertido en una ciudad de juguetes: los muñecos paseaban a sus perritos de peluche, los dinosaurios jugaban al parchís y los muñecos de superhéroes hacían picnic con galletas de plastilina.
—¡Vamos al Parque de la Almohada Gigante! —dijo el coche girando entre montañas de cojines y nubes de pelusas.
—¡Cuidado, ahí hay calcetines saltarines, pueden ser muy peligrosos! —gritó Fran mientras se tronchaban de risa. Un montón de calcetines con ojos y piernas rebotaban por el aire diciendo:
—¡¡Boinnng, boinnng!! ¡Queremos abrazos de pies, pero que no huelan a queso, por favor!.
En el cielo flotaban peces de peluche con alas y burbujas que olían a chicle de fresa.
Pero, justo cuando estaban a punto de cruzar el Puente de los Lápices, apareció el gran Monstruo de las Cosquillas, hecho de paños de cocina, plumas, risas, y un poco de purpurina verde.
—¡A nadie se deja pasar sin una cosquillita! —rugió con voz muy fuerte.
—¡Pues prepárate, allá voyyyyy! —dijo Fran bajándose del coche y sacando una pluma de su bolsillo, y fue directo a por su sobaco y pancita.
¡COSQUI POR AQUÍ COSQUI POR ALLÁ!.
¡COSQUI POR AQUÍ COSQUI POR ALLÁ!.
El Monstruo no paraba de reírse y rodar por el suelo, hasta que les dejó pasar.
—¡Eres la mejor, capitán Fran! —dijo el coche mágico—.
Pero entonces, el coche comenzó a hacerse cada vez más pequeño, y más pequeño…
—Oh no —dijo Fran—. ¡Creo que es hora de volver!.
De pronto, estaban otra vez en su habitación. El coche ya no hablaba ni volaba, pero seguía allí, brillante y colorido, eso sí, se le había caído tres piezas de tanto ajetreo, pero el niño volvió a ajustarlas.
Fran lo acarició y susurró:
—Gracias por el viaje. ¡Podemos ir juntos donde queramos!.
Y el coche le guiñó con uno de los faros… ¡le guiñó un ojo-coche!.
Desde ese día, cada vez que Fran construía algo con bloques… miraba a su habitación y pensaba: «¿Será hoy cuando vuelve la magia?».
Y colorín colorado, cuando usas tu imaginación, puedes viajar a lugares increíbles sin moverte del sitio. Nunca dejes de crear, soñar y jugar… porque en tu mundo, ¡todo es posible!.
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