El Club de las Cosas Aburridísimas

Había una vez un niño llamado Kiko que tenía una lista muy seria titulada: “Cosas que son aburridísimas, que odio y que jamás en la vida voy a hacer”.
La lista estaba pegada en la nevera, escrita con rotulador rojo (porque el rojo da más dramatismo a las cosas).

La lista decía:

  1. Comer brócoli.

  2. Ordenar mi cuarto.

  3. Probar deportes raros como el yoga.

  4. Leer libros largos.

  5. Bañarme cuando no quiero.

Kiko miraba esa lista cada mañana como si fuera un súper contrato firmado con sangre… o bueno, con un poco de salsa de tomate de los macarrones.

Un día, su abuela le dijo:
—Kiko, la vida está llena de sorpresas. Nunca digas “de esta agua no beberé”.
Y él contestó:
—Pues yo sí lo digo. ¡Y además no bebo agua del grifo porque sabe rara!.

La abuela sonriendo suspiró y le dio un cariñoso abrazo.

Una tarde, Kiko estaba en la mesa y vio que en su plato había una montaña verde sospechosa.
—¡NOOOO! ¡El brócoli malvado otra vez! —gritó tapándose la cara como si hubiera visto un monstruo.

Su madre lo convenció de probar solo un arbolito verde. Y, cuando lo mordió… ¡descubrió que sabía a mini pizza vegetal!.
Bueno, no era pizza, pero con un poco de queso derretido encima, sabía delicioso.

Kiko abrió los ojos como platos.
—¿Cómo es posible? ¿Todo este tiempo el brócoli era un asquerosillo impostor disfrazado?.

Desde entonces empezó a llamar al brócoli “árbolitos mágicos” y pedía más en su plato. Hasta les ponía nombres:
—Hoy me como al señor Brócolín y a la señora Verdurina…

Su segundo odio mortal era ordenar la habitación.
Decía que las pelusas debajo de la cama eran sus “mascotas oficiales” y que no podía traicionarlas con una escoba.

Un sábado, su padre lo retó:
—Vamos a ordenar tu cuarto, pero como un videojuego. Yo seré el monstruo Guardarropa y tú el Héroe Recogejuguetes.

De repente, el cuarto se convirtió en un campo de batalla épico. Cada calcetín suelto era una “bomba apestosa” que debía ser desactivada. Cada libro tirado en el suelo era un “tesoro mágico” que debía regresar a la biblioteca antes de perderse en el agujero negro intergaláctico del olvido.

Y ¡zas!, en menos de media hora, ¡el cuarto estaba impecable!.
Kiko sudaba como un campeón y levantó los brazos gritando:
—¡Victoria para el Héroe Recogejuguetes!.

Descubrió que ordenar no solo era útil… ¡sino que además podía convertirse en un juego de aventuras y dejar su habitación bien chula!.

Otro día, su vecina Sofi lo invitó a su clase de yoga.
Kiko casi se desmaya.
—¿Yo? ¿Estar quieto como un flamenco dormido? ¡Jamás!.

Pero aceptó porque había galletas gratis después.

La profesora dijo:
—Ahora todos a hacer la postura del perro mirando hacia abajo.

Kiko se puso en cuatro patas, levantó el trasero y… se cayó de cabeza contra la alfombra. Todos se rieron, incluida la profesora.

Intentó otra postura, la del árbol. Pero en lugar de quedarse quieto, empezó a balancearse como si soplara un huracán.
—¡Soy el árbol en medio de una tormenta tropical! —gritó, y todos soltaron carcajadas en medio del silencio.

Al final, descubrió que el yoga era divertidísimo porque podía inventarse posturas inimaginables: la “silla loca”, el “gato con hipo”, el “dragón que estornuda”.
Terminó tan relajado que casi se quedó dormido en la esterilla al final de la clase…

En su lista también decía: “No leer libros largos”. Según Kiko, los libros gordos eran “ladrillos para construir casas”.

Pero una tarde de lluvia, se quedó sin internet. La tablet estaba sin batería, la tele no funcionaba y el gato dormía sobre el mando.

Aburrido, abrió un libro enorme que encontró en la estantería: Las Aventuras del Capitán Bigote Cósmico.

Al principio pensó: Esto durará cinco minutos.
Pero tres horas después estaba llorando de risa porque el capitán luchaba contra un ejército de calcetines voladores que robaban los zapatos de los extraterrestres en el espacio.

Cuando llegó al final, Kiko cerró el libro y dijo:
—¡Necesito la segunda parte YA, que chulo es leer!.

Desde entonces, cada semana pedía un libro nuevo y hasta llevó uno a la escuela para leer en el recreo (aunque los demás pensaban que escondía cómics de superhéroes adentro y siempre esperaban la siguiente página para encontrar dibujitos).

Finalmente, estaba el tema del baño. Kiko decía:
—Si ya me bañé ayer, ¿para qué repetir?.

Pero un día descubrió un truco: cantar en la ducha.
Empezó probando con canciones inventadas:
—¡Soy el rey del jabón, me persigue un dragón, que huele a limón!.

Hasta hizo conciertos completos con el champú como micrófono y la esponja como guitarra.

Lo más gracioso fue cuando el gato entró al baño, se resbaló en la alfombra y terminó maullando al compás de su canción. ¡Era un dúo musical inesperado!.

Desde entonces, Kiko pedía ducharse porque quería “ensayar su próximo concierto internacional de su grupo «Los Regaderas”.

Al cabo de unos meses, Kiko tachó todo lo de su lista.
Pero no solo eso: ahora había creado una nueva lista titulada: “Cosas que antes odiaba y ahora son lo mejor del universo”.

Y así nació el Club de las Cosas Aburridísimas (que resultaron ser divertidísimas).
Cualquiera podía unirse, siempre que contara una cosa que antes le parecía espantosa y que luego descubrió que era genial.

En las reuniones del club se servían brócolis con queso, se jugaba a “ordenar a velocidad turbo”, se practicaban posturas de yoga ridículas y se leían capítulos en voz alta haciendo voces raras.

Hasta el gato se unió, aunque solo para dormir sobre los libros, él era ahora el guardián del agujero negro intergaláctico del olvido de los libros, por si acaso.

Y colorín colorado, así Kiko aprendió a que no hay que odiar nada, porque “odiar” es una palabra horrorosamente feísima. A veces creemos que algo es aburrido, feucho o difícil… hasta que lo probamos de verdad. Ya que las sorpresas más divertidas están escondidas en las cosas que decimos que “jamás haremos”. Por eso, la próxima vez que pienses “¡ni loco hago eso!”, recuerda las divertidas aventuras de Kiko… ¡y atrévete a probarlo!.

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