El ciervito que quiso ser invisible

Había una vez, en el Bosque Susurrante, un pequeño ciervo llamado Copito. Le decían así porque tenía una manchita blanca en la frente que parecía un copo de nieve.

Copito era un ciervo alegre, con una risa contagiosa y una habilidad impresionante para hacer burbujas con el barro (aunque su madre no estaba tan encantada con eso). Pero no todo en la vida de Copito era divertido. Desde que era muy pequeño, un grupo de animales matones —el jabalí Trompón, el tejón Gruñón y la mofeta Rita— le hacían la vida imposible.

Le empujaban, se burlaban de su manchita y a veces hasta le quitaban su merienda de bellotas con mermelada. Copito no entendía por qué lo trataban así. Solo sabía que dolía… y no solo las patadas.

Pero un día, mientras jugaba solo, conoció a tres animales geniales: la liebre Saltarina, el ratón Tiqui y la ardilla Peli. Con ellos, Copito se sentía feliz. Saltaban por los charcos, organizaban carreras de hojas secas y hasta inventaron un club secreto llamado “Los Valientes del Musgo”.

Durante un tiempo, Copito olvidó a los matones.

Pero claro… Trompón, Gruñón y Rita empezaron a meterse también con sus nuevos amigos, y aún más con él. Les gritaban cosas feas y los perseguían por el bosque. Copito, asustado, pensó:
—Si me ven con ellos, también los harán sufrir. Mejor me alejo. Tal vez así me dejen en paz también a mi…

Y eso hizo. Un día, sin decir nada, Copito decidió huir a su manera y dejó de jugar con sus amigos. Se escondía detrás de los arbustos cuando los veía pasar. Se inventaba todas las excusas del mundo. Y se fue quedando solo.

Pero, ¡oh, sorpresa!. Los matones no pararon. Siguieron molestándole igual que hacían desde hace muchos años. Le empujaban en el arroyo, le escondían las zanahorias y le decían:
—¡Mira el ciervito invisible! ¡Nadie quiere jugar contigo!.

Copito, con el corazón hecho trizas, se dio cuenta de algo muy importante: alejarse de sus amigos no había servido de nada. Solo estaba más triste, y los matones seguían igual de crueles que antes de conocer a sus nuevos amigos, y ahora que no estaban… nada había cambiado. Todo seguía igual.

Un día, mientras se secaba las lágrimas con una hoja gigante, oyó una vocecita conocida:
—Copito… ¿por qué ya no juegas con nosotros?.

Era Saltarina, con Peli y Tiqui detrás. Le miraban con ternura y sin enfado. Copito les contó la verdad, con la voz temblorosa y los ojos llenos de pena.

—Creí que si os apartaba para siempre y me alejaba de vosotros dejarían de maltratarme…

Entonces, Peli, la ardilla, dijo con su vocecita chillona:
—¡Pero si somos un equipo! ¡Y los equipos no se abandonan!. Sabes que puedes contarnos cualquier cosa que te suceda.

Y Tiqui añadió:
—¡Juntos podemos hacer algo! ¡No tenemos por qué aguantar a los abusones!.

Así que idearon un plan. Reunieron a más animales del bosque, incluso al búho Don Sabino y la osa Jardinera. Cuando los matones volvieron a molestar, todos salieron al claro y les plantaron cara.

—¡Ya basta! —tronó la voz de Don Sabino—. En este bosque, nos cuidamos unos a otros.

Trompón, Gruñón y Rita se quedaron tan sorprendidos que salieron corriendo sin decir ni “oink” con las caras tan rojas y tan avergonzados por haber hecho cosas malas que nadie más hacía en aquel bosque.

Desde ese día, Copito no volvió a esconderse ni huir. Jugaba, reía, y si alguien se metía con otro animal, todos estaban listos para ayudarse, y así el caos desaparecía.

Y colorín colorado, así fue como Copito descubrió que, aunque a veces pensamos que alejarnos de quienes nos quieren nos protegerá, lo que realmente nos da fuerza es estar cerca de quienes nos tratan bien y con cariño. Porque nunca estarás solo si te rodeas de amigos valientes y de buen corazón con los que verás las cosas con un bonito color.

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