Había una vez una familia que vivía en una casita cerca de un lago, y tenían una chimenea en la que asaban castañas y hacían ricas barbacoas. Era el primer día de diciembre, y en la casa de Julia, junto a sus dos hermanitos, todo estaba listo para poner los adornos de Navidad. El árbol estaba en su lugar, las cajas llenas de decoraciones estaban sobre la mesa, las divertidas canciones de Navidad sonando en la tele por Youtube, y el aire estaba lleno de emoción… ¡pero algo raro pasaba!. El árbol de Navidad no estaba solo, ¡estaba lleno de sorpresas!.

Julia y su mamá comenzaron a sacar las cajas con los adornos, pero al abrir la primera, ¡el primer adorno que sacaron fue una rana de plástico!. «¡Mamá, esto no es un adorno navideño, es una rana de charco de ahí fuera!» gritó Julia, mientras la rana empezaba a saltar por toda la sala como si estuviera dando saltitos de felicidad. «¡Es un adorno mágico!» exclamó la mamá, mientras trataba de atraparla. Pero la rana tenía otros planes y siguió saltando hasta caer… ¡en el tazón de chocolate donde iban a mojar las galletas navideñas que acababan de hornear!. «¡Buagggh, ya no me gustan esas galletas!» dijo Julia entre risas.

Siguieron buscando en las cajas, y esta vez sacaron un par de calcetines gigantes. «¿Qué pasa con estos calcetines? ¡No caben ni en mi pierna!» gritó Julia, intentando meterlos por su zapato. La mamá se rió tanto que casi se cae del sofá. Julia decidida a no rendirse, pensó: «Si no caben en mis pies, ¡que sean parte del árbol!». Y con mucho entusiasmo, colgó los calcetines uno encima del otro como si fueran adornos de Navidad. ¡El árbol ahora tenía calcetines gigantes de lana de cuando Julia era bebé!.

Pero lo más gracioso vino después, cuando Julia sacó una estrella de papel espachurrada que, en lugar de brillar como una estrella normal, parecía más bien un sombrero de mago. «¡Mamá, mira! ¡Soy la maga de las Navidades!», y se la puso en la cabeza. “¡Y mi magia hará que los renos bailen!” dijo Julia con voz mágica. La mamá, al ver lo divertida que estaba, no pudo resistirse y ¡empezó a bailar como un reno con la música a toda pastilla!. Movía las manos de un lado a otro, saltaba y daba vueltas, giraba la cabeza de un lado a otro y hasta hacía extraños ruiditos de reno. Julia la imitó, y entonces, la perrita de la casa, Nely, que siempre miraba todo con curiosidad, se unió a la fiesta. ¡Empezó a girar como una peonza, dando vueltas y más vueltas!.

¡Los tres daban vueltas por toda la sala como un equipo de renos locos!. Julia y su mamá reían tanto que no podían parar. «¡Esto es mejor que cualquier show de Navidad!» dijo Julia entre risas. La perrita, ya cansada de tanto girar, se tumbó en el suelo, pero seguía moviendo la cola como si estuviera bailando.

Y cuando pensaron que ya no podía ser más divertido, Julia sacó una larga cadena de luces brillantes de led… pero, ¡oh no!. Se enredó tanto que parecía más una serpiente gigante fosforita que una cadena de luces. Julia intentó desenredarlas, pero cada vez que lo hacía, parecía que se volvía más enredada. «¡Esto es un lío, mamá!» dijo Julia, tirando la cuerda al aire. La mamá, que no podía dejar de reír, dijo: «No importa, ahora tenemos un árbol iluminado de pies a cabeza, ¡aunque parezca más bien un monstruito con destellos reflectantes!». Y así, el árbol quedó lleno de luces enredadas por todos lados, brillando como un caleidoscopio de multicolores.

Finalmente, el árbol estaba lleno de sorpresas: una rana saltarina, calcetines gigantes de lana, una estrella de sombrero de mago, luces enredadas y, lo más importante de todo, unos renos bailando. ¡Pero lo más importante de todo era que la casa estaba llena de risas, de momentos divertidos y de locura navideña!. Y eso, sin duda dentro de todo ese caos, ¡era el mejor adorno que le podían poner a la Navidad!.

Y colorín colorado, este cuento de risas y caos navideño aún no ha terminado, porque esa misma noche, Papá Noel que lo había visto todo… ese año decidió hacer alguna que otra travesura antes de las navidades para pasárselo bien, y además decidió cambiar su clásico traje rojo por algo más cómodo para poder trepar y deslizarse: ¡unos vaqueros y una camiseta con un reno debajo de su tradicional casaca roja!.

Entonces, esa noche subió por el techo, y se preparó para bajar por la chimenea de la casita del lago, pero justo cuando intentaba entrar, ¡se resbaló y cayó de un salto hasta abajo!. ¡Boooooooom!. Papá Noel aterrizó con su pompis y con un tremendo ¡plooooooof! en el salón. Se levantó, se sacudió el polvo de la chimenea de sus vaqueros y miró al árbol. «¡Vaya, qué bien se ve, pero… ¡Madreeeee míaaaaaa, si falta lo más importanteeeeee!», pensó mientras se estiraba para poner en su sitio cada hueso del cuerpo, y cogió una estrella super bonita dorada y brillante de dentro de su saco, y con un último esfuerzo, se puso de puntillas y decidido a poner la estrella en lo alto del árbol, la colocó con una sonrisa y dijo: “¡Ya está!. Ahora, el árbol está perfecto… y estos vaqueros definitivamente son super resistentes y a la última moda de Navidad, ¡me encantan, le pediré unos nuevos en mi carta a los Reyes Magos!”.

Y así, Papá Noel se fue contento y dando saltitos de alegría, mientras iba dejando una caminito de brillo dorado por toda la casa, hasta que desapareció por una ventana que estaba abierta.

Y colorín colorado, ahora sí, este cuento del caos de los extraños y divertidos adornos navideños ya está completado.

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