
Había una vez un niño llamado Alex, que vivía en un pequeño pueblo costero. Alex era un niño curioso, siempre soñaba con grandes aventuras en alta mar. Un día, mientras paseaba por la playa, encontró algo increíble: ¡un barco enorme, varado en la arena!. Era de madera brillante, con velas de colores, pero había un problema… ¡no había capitán!.
—¡Esto es perfecto! —gritó Alex emocionado—. ¡Seré el capitán Alex, el más famoso del océano!.
Subió al barco, levantó la vela, y el viento empezó a soplar. ¡El barco se deslizó por el agua y comenzó la aventura!.
Todo iba bien, hasta que Alex se dio cuenta de algo: no sabía hacia dónde iba.
—Hmm… ¿a la derecha, a la izquierda, hacia las nubes…? —se rascó la cabeza—. Bueno, ¡ya veremos!.
El barco navegó y navegó. Primero llegó a una isla llena de loros que cantaban reguetón.
—¡Qué ritmo, qué sabor! —bailó Alex, pero luego se aburrió—. Mejor sigo.
Después, el viento lo llevó a una isla de monos que jugaban al fútbol con cocos. Alex jugó un rato, pero volvió a aburrirse.
—¿Qué hago ahora? —susurró mirando al horizonte del inmenso mar.
Entonces ocurrió algo: Alex se tropezó con una cuerda del barco, cayó dentro de un barril lleno de pepinillos en vinagre y salió rodando por la cubierta gritando:
—¡¡¡AUXILIO, ME PERSIGUEN LOS PEPINILLOS GIGANTES Y SON MUY PELIGROSOS, SOCOOOOORRO!!!.
Los loros de la isla, que aún lo miraban desde lejos, empezaron a reírse tanto que uno se cayó de la palmera y se quedó boca arriba cantando:
—“¡Dame más pepinillo, dame más pepinilloooos lololoooh loooolohhh!”.
Alex se levantó, chorreando pepinillos todavía por la frente, y dijo con una cara seria:
—Nota mental: los pepinillos son traicioneros, no volver a comprar pepinillos.
En ese momento, una gaviota muy sabia se posó en la proa del barco y le dijo:
—Amiguito, tienes un problema.
—¿Yo? ¿Cuál? —preguntó Alex alucinando porque un pajarraco le estaba hablando, sí, a él.
—No sabes hacia dónde navegas, puedas chocar y encallar, o aún peor… como decía mi tatarataratatatarabuela gaviota:
“Si una persona no sabe hacia qué puerto navega, ningún viento le será favorable”.
Alex se quedó pensando… mucho rato pensando en aquellas palabras, hasta que comprendió la esencia de aquella frase. Tenía razón. Había estado dando vueltas sin rumbo, sin un objetivo claro. Entonces, sonrió.
—¡Ya sé! ¡Quiero llegar a la Isla de los Helados Infinitos! —dijo relamiéndose.
Ahora todo cambió. Alex ajustó las velas, tomó el timón y empezó a dirigir el barco con decisión. Cada vez que venía un viento fuerte, gritaba:
—¡Hacia la Isla de los Helados Infinitos!.
Y, ¿sabéis qué?. Después de unas horas, llegó a la isla más deliciosa del mundo: montañas de helado, ríos de chocolate y árboles que daban galletas de todos los colores.
Alex comió tanto helado que se le puso cara hasta de pingüino congelado, pero lo más importante es que aprendió una gran lección.
Y colorín colorado, así el niño comprendió que cuando tienes un objetivo claro, todo te ayuda y te lleva a alcanzarlo. Pero, si no sabes a dónde quieres ir, sólo perderás tiempo y energía. ¡Así que sueña, decide y navega hacia tu puerto!.
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