Era diciembre en el pueblito de Copolandia, y el frío había llegado con todo su poder. Los árboles estaban cubiertos de escarcha, los tejados brillaban con hielo, y hasta las ardillas caminaban con bufandas… aunque no sabían muy bien cómo usarlas… ¡se las enredaban desde las orejas hasta la última uña de su patita, por si acaso!
Don Pompón, un pingüino gordito y muy bromista, estaba más emocionado que nunca. Cada año organizaba la Fiesta Congelada de Risas del año, donde todos los habitantes del pueblo hacían competencias, juegos y bailes, ¡y el premio era un enorme chocolate caliente gigante!
—¡Este año va a ser la mejor fiesta de invierno de la historia! —anunció Don Pompón mientras se ajustaba su gorro de lana que tenía una pelota roja que rebotaba cada vez que se movía.
Pero había un pequeño problema: todos los amigos de Don Pompón eran un poco… peculiares.
Primero estaba Mamá Rata, que tenía una risa tan estruendosa que podía hacer temblar las ramas de los árboles. Cada vez que se reía, ¡salían chispas de sus bigotes!
Luego estaba Lino Tortuga, que caminaba tan despacito que a veces parecía que el invierno durara todo un año mientras él llegaba a un lugar. Pero eso sí, ¡tenía ideas brillantes!
Y por último, pero no menos importante, estaba Lulú Liebre, que era tan nerviosa que siempre iba de un lado a otro… y terminaba chocando con todo. Una vez se cayó en un lago congelado y salió cubierta de nieve, pareciendo un helado gigante de vainilla con chispas de chocolate.
El día de la fiesta llegó, y Don Pompón tenía preparadas todas las actividades: carreras de trineos, concursos de muñecos de nieve, peleas de bolas de nieve, y hasta un concurso de bailes locos con gorros de lana gigantes.
La primera prueba fue la carrera de trineos. Lino Tortuga, como era de esperarse, iba tan lento que todos los demás habían terminado la carrera tres veces antes de que él pasara la meta. Pero, de repente, una ráfaga de viento lo levantó y… ¡zas! Voló como si fuera un cohete y llegó primero, aterrizando suavemente sobre una montaña de nieve. Todos aplaudieron mientras él decía:
—¡Ups! Creo que eso no estaba en las reglas…
Después vino el concurso de muñecos de nieve. Mamá Rata quería hacer un muñeco con su risa, así que cada vez que se reía, los copos de nieve saltaban y se pegaban a la figura. Al final, el muñeco tenía tres cabezas, cuatro brazos y… ¡un par de bigotes chispeantes como los de Mamá Rata! Todos reían tanto que los copos de nieve parecían aplaudir solos.
Pero el momento más divertido fue la pelea de bolas de nieve. Lulú Liebre, como siempre, estaba nerviosa y no podía apuntar bien. Cada vez que lanzaba una bola, golpeaba a un amigo distinto: un día a Lino Tortuga, otro día a Don Pompón, y una vez hasta le dio en la cabeza a un árbol, que comenzó a temblar y a soltar piñas de risa.
—¡Eso es trampa! —gritaba Don Pompón entre carcajadas, mientras se sacudía la nieve de su gorro que parecía un pompón gigante.
Después de todas las competencias, Don Pompón anunció el concurso final: el baile loco con gorros gigantes. Cada uno debía bailar con un gorro que casi les tapaba la cara, y el que hiciera reír más a los demás, ganaría.
Mamá Rata puso su gorro y comenzó a girar, saltar y reír hasta que casi se cae. Lino Tortuga decidió hacer un baile súper lento, pero con tanta concentración que parecía que estaba inventando un nuevo estilo de danza: “la tortuguita elegante”. Lulú Liebre, en cambio, salió disparada de un lado a otro, chocando con todos los gorros y dejando a cada amigo cubierto de nieve.
Pero Don Pompón tenía un plan secreto. Saltó al centro y empezó a bailar… ¡como un pingüino patinador de circo! Giraba, hacía piruetas, caía de espaldas, se levantaba de cabeza, y todo mientras su gorro rebotaba como una pelota loca. Todos reían tanto que la nieve volaba por los aires como confeti.
Al final, Don Pompón dijo:
—¡Creo que todos ganamos! Porque cuando nos divertimos juntos, ¡no importa quién es más rápido, más fuerte o más elegante!
Todos aplaudieron y abrazaron a sus amigos, mientras disfrutaban del enorme chocolate caliente gigante, que olía a cacao, canela y risas.
Esa noche, Copolandia estaba cubierta por un manto de estrellas y nieve brillante, y los amigos se dieron cuenta de algo muy importante: lo mejor del invierno no era el frío, ni los juegos, ni siquiera el chocolate gigante… sino la alegría de compartir momentos divertidos con quienes amas.
Y así, entre carcajadas y bufandas torcidas, todos aprendieron la moraleja de Don Pompón:
“En la vida, lo más importante no es ganar, sino reír, disfrutar y compartir con los amigos cada momento, incluso en los días más fríos.”
Y colorín colorado, desde aquel diciembre, cada año, Don Pompón y sus amigos organizan la divertida Fiesta Congelada del Año, y Copolandia se llena de risas, nieve y calor… ¡de corazón para todos!.
¿Te has quedado con ganas de otro cuento?. Haz clic aquí para leer más cuentos
Síguenos para conocer las últimas publicaciones en Facebook o Instagram














