
Había una vez un niño llamado Adrián que, cada vez que iba a la playa, no jugaba a hacer castillos ni se bañaba en el mar como los demás. ¡No!. Adrián tenía un sueño muy, pero que muy raro:
—Cuando sea mayor —decía con el pecho inflado—, ¡quiero ser socorrista!.
—¡Como tu primo Pepe, el de Benidorm! —le respondían todos.
—¡Nooo! —decía Adrián, negando con la cabeza tan fuerte que casi se le salen las gafas de buceo—. Pepe salva bañistas… Yo quiero salvar a los cangrejitos, las tellinas, los pececitos y hasta a minimedusas. ¡Yo seré… el SOCORRISTA DE MARISCOS!.
Y todos se echaban a reír.
Un día, Adrián decidió que había llegado el momento de entrenar. Se puso un flotador con forma de unicornio, unas gafas gigantes que le tapaban media cara y cogió su cubo rojo, al que le dibujó una cruz blanca como la de los socorristas.
—¡En marcha equipo! —le gritó a su cubo que se llamaba “Capitán Cubete”—. ¡Hoy salvaremos vidas!.
Primero escuchó un grito agudo:
—¡Ayyyyy, me van a comer!
Adrián miró a todas partes… y vio a un cangrejito atrapado en un hoyo de arena que había hecho un niño jugando.
—¡Tranquilo soldado! —dijo Adrián hablando como si fuera un héroe de película—. ¡El rescate está en camino!.
Metió la mano, cogió al cangrejito y lo puso en su cubo, dándole palmaditas en la espalda (bueno… en el caparazón).
—¡Respira, respira… ah, no, si tú no respiras como yo! Bueno, relájate como quieras, ¡todo controlado!.
Luego escuchó un sonido extraño:
—¡Glup, glup, auxilio!.
Adrián se tiró en plancha al agua (bueno, hasta la rodilla porque no sabía nadar muy bien) y vio una minimedusa que se había quedado atrapada en una bolsa de plástico.
—¡Qué barbaridad! ¿Quién deja estas cosas aquí? ¡No te preocupes pequeñita! —dijo Adrián mientras la liberaba con mucho cuidado y la devolvía al mar con cuidado de que no le picase.
Después rescató a una tellina que se había quedado encima de la toalla de una señora y a un pez payaso que se había perdido entre los flotadores. ¡Adrián no paraba de rescatar!. Cada vez que alguien gritaba “¡Socorro!”, él corría… aunque a veces era solo porque alguien se había quemado con la arena caliente de camino al chiringuito.
Cuando el sol empezó a bajar, Adrián se sentó en la orilla, mirando su cubo lleno de cangrejitos, conchas y alguna alga que también había rescatado.
—Misión cumplida, Capitán Cubete —dijo sonriendo—. Hoy hemos salvado muchas pequeñas vidas.
Entonces se le acercó su primo Pepe, el socorrista de verdad.
—Oye, Adrián, ¿y tú qué haces aquí? —preguntó riendo.
—Entrenando primo. Porque cuando sea mayor, yo no salvaré personas… ¡yo salvaré todo lo que vive en el mar!.
Pepe le revolvió el pelo y dijo:
—Pues eso es tan importante como lo que hago yo. Porque cuidar el mar, también es cuidar la vida.
Y Adrián sonrió como si acabara de recibir la mejor medalla del mundo.
Y colorín colorado… ¡Si cuidas a los bichitos, el planeta bailará contentito!. Cada gesto cuenta para proteger la naturaleza y seguir jugando en ella.
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