Alex y la Montaña de los Cien Zapatos

Había una vez un niño llamado Alex, tenía 6 años, una mochila azul con forma de cohete, y una gran imaginación. Un sábado muy soleado, sus padres dijeron:

—¡Hoy nos vamos de excursión a la Montaña del Silbido!.

—¿Del silbido? —preguntó Alex con los ojos como platos.

—Sí,—dijo su hermana mayor Emma—dicen que cuando sopla el viento, la montaña canta.

Alex se puso sus botas de montaña, metió en su mochila una lupa, por si acaso, su brújula de juguete y una barrita de cereales con pepitas de chocolate por si necesitaba un extra de energía a mitad de camino. ¡Ya estaba listo para la aventura!.

Caminaron entre árboles que parecían reír con el viento, mariposas que bailaban en círculos y ardillas que jugaban al escondite. Todo iba muy bien… hasta que Alex vio algo increíble al borde del sendero: ¡un zapato colgado de una rama!.

—¡Mira, mamá! ¡Un zapatito de montaña! —exclamó.

—Qué raro… —dijo mamá—. ¿Quién pierde un solo zapato en medio del bosque, se le habrá caído a un extraterrestre?.

Pero eso no era todo. A medida que subían, ¡aparecían más y más zapatitos!. Unas botas rojas junto a una roca, unas sandalias diminutas bajo un pino, un zapato de payaso colgado de una cuerda entre dos árboles.

—¡Aquí pasa algo misterioso! —dijo Alex poniéndose su lupa frente al ojo como un detective.

Emma se rió:

—Tal vez hay un monstruo con cien pies que colecciona zapatos o que se zampa a todo el que pasa por aquí… y sólo deja sus zapatos.

—¡O una cabra que quiere ser influencer de moda y tiene por aquí su exposición! —dijo papá bromeando.

Alex, sin embargo, tenía su propia teoría: la montaña tenía hambre de zapatos.

—Tal vez es como un dragón que no come personas ni oro, sino zapatitos perdidos —susurró muy serio.

Siguieron la pista hasta una cueva escondida entre las rocas, con una puerta de madera pequeñita y un cartel que decía:
“Club de los Zapatitos Felices. Importante: ¡No tocar timbre si llevas chanclas!”.

—¿Entramos? —preguntó Alex.

—¡Por supuesto! —dijeron todos.

Dentro, había una sala llena de estanterías con zapatitos de todos los colores y tamaños. En el centro, un gnomo con gafas azules redondas limpiaba una zapatilla con un cepillo de dientes.

—¡Ah! ¡Visitantes! —dijo el gnomo—. Bienvenidos al Club. Aquí cuidamos de todos los zapatos extraviados. Algunos vienen caminando solitos, otros los trae el viento, y algunos los lanza aquel mapache bromista.

Alex miró a su familia. Todos estaban alucinados.

—¿Y qué hacéis con los zapatos? —preguntó Emma.

—Los emparejamos, les damos nombre, y luego los soltamos en libertad por el bosque. Son muy felices —dijo el gnomo—. ¿Queréis ver el espectáculo?.

De repente, una trampilla se abrió y salieron tropecientos zapatitos bailando con sombreros diminutos al ritmo de una música de acordeón. Alex no podía parar de reír.

—¡Esto es lo más raro y divertido que he visto en mi vida!.

Después del espectáculo, el gnomo les regaló a cada uno un pequeño colgante con forma de zapatilla brillante.

—Para que nunca perdáis los vuestros. Pero cuidado: si escucháis risitas por la noche, puede que un zapatito quiera escaparse a vivir increíbles aventuras de nuevo.

Cuando salieron de la cueva, la montaña silbaba de verdad, como si les dijera adiós. Alex sonrió.

—Esta fue la mejor excursión del mundo —dijo abrazando a su mochila-cohete.

Y desde entonces, cada vez que encontraba un zapato perdido en casa… Alex lo dejaba en la ventana: “por si quiere volver a la montaña”.

Y colorín colorado, a veces, las cosas que parecen misteriosas o extrañas solo están esperando a que usemos bien la imaginación. Y aventurarse en la naturaleza con curiosidad y tener una mente abierta puede llevarnos a descubrir cosas maravillosas, porque cuando miras con el corazón, hasta los objetos perdidos pueden tener una increíble historia que contar.

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