
Había una vez un niño llamado Alberto, que tenía un casco rojo, una manguera de juguete y unas botas negras de agua que hacían cloc cloc cloc cuando corría. Alberto no era un niño cualquiera… ¡Era el Jefe del Cuartel de Bomberos de su jardín!.
Cada mañana, después del desayuno, revisaba su “radio de emergencias” (que en realidad era una caja de cartón con botones dibujados), y decía con voz seria:
—¡Atención, equipo! ¡Tenemos una misión!.
Hoy tenía tres misiones importantes. Su gato de peluche, Capitán Bigotes, vigilaba desde el columpio.
Misión 1: ¡El rescate de la mariquita atrapada!
En el borde de la piscina inflable, una mariquita se había quedado atrapada en una hoja mojada. Alberto corrió con su manguera de juguete y su herramienta favorita: un palito.
—¡Tranquila, pequeña! ¡El Bombero Alberto está aquí!.
Con cuidado, rescató a la mariquita y la colocó sobre una flor amarilla. La mariquita movió sus alitas y… ¡voló al cielo dando vueltas de alegría!.
—¡Primera misión completada! —dijo Alberto dándose un chocazo de palmas con su gato Capitán Bigotes.
Misión 2: ¡Fuego en la maceta del tomate!
—¡Emergencia! ¡Emergencia! —gritó la radio de cartón (con la voz de Alberto, claro)—. ¡Hay humo saliendo de la maceta de tomates cherry!.
Era solo vapor de la regadera de mamá, pero Alberto no lo sabía. Corrió con su manguera y comenzó a rociar agua (bueno, un poco de zumo que aún le quedaba de la merienda, pero servía igual).
—¡Fuego controlado! ¡La planta está a salvo! —dijo.
La tomatera parecía aplaudir con sus hojas.
—Segunda misión completada. ¡Siguiente!.
Misión 3: ¡El gran dragón debajo del tobogán!
Alberto se detuvo en seco. Algo rugía bajo el tobogán del jardín.
—¿Será… un dragón? —susurró.
Se agachó, con su linterna de juguete… y ahí estaba: una lagartija enorme (bueno, enorme para él). Tenía una lengua rápida y ojos que brillaban al sol.
—¡Dragón de jardín! ¡No temas! —dijo Alberto—. ¡Te escoltaré fuera de la zona de juego y estarás a salvo!.
La lagartija lo miró y luego se fue tranquilamente por las piedras.
—¡Misión tres completada! ¡Jardín seguro de godzillas! —gritó.
Se sentó bajo el árbol, agotado pero contento. El Capitán Bigotes le dio una medalla (hecha con una tapa de yogur y una cuerda). Alberto sonrió.
—Ser bombero no es fácil, pero me hace feliz —susurró abrazando a su gato de peluche.
Y justo cuando pensaba descansar, la radio zumbó:
—¡Atención, Alberto! ¡Misión secreta de abrazos para mamá en 3… 2… 1…!.
—¡Voy allá! —gritó Alberto corriendo hacia casa con sus botas haciendo cloc cloc cloc.
Y colorín colorado, no importa si eres pequeño: con valentía, imaginación y ganas de ayudar, ¡puedes hacer cosas muy grandes!.
Y recuerda: los héroes de verdad también saben cuándo dar un buen abrazo.
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